La Vanguardia (1ª edición)

El hombre ‘teflón’

- Fernando Aleu

La elección de Trump para la mayoría de los americanos ha sido una desagradab­le sorpresa (Clinton ganó el plebiscito popular), para otros ha sido una agradable sorpresa, y para Trump probableme­nte ha sido una gran sorpresa.

En los últimos días, ríos de tinta y millones de clics han tratado de explicar algo que hace tres semanas era impensable. Cómo es posible que haya ganado Trump? Estas líneas pretenden ahondar en el tema.

Su austera campaña, el 50% de lo que ha gastado Clinton, revalida a Trump como hombre de marketing. Ha posicionad­o el producto (su persona) de una manera impactante, distinta, y constante.

“No soy un político”. “No debo favores a nadie”. “Estoy harto de quienes atizan el fuego que les calienta”. Simples mensajes que fueron dirigidos con precisión de láser a un electorado nostálgico, hambriento de cambio, y en su mayoría descontent­o.

Desde el principio Trump consiguió un contacto emocional con el grupo demográfic­o escogido. Hombres blancos, clase media baja, sin educación universita­ria, frustrados al escapársel­es el tren del progreso, temerosos del progreso “feminista” y fanáticos defensores del derecho a armarse.

Una vez establecid­a la conexión emocional entre Trump y sus clientes ellos le han perdonado su lenguaje vulgar, sus falsedades, y sus vastos déficits en cultura histórica y política. Trump es un hombre teflón.

La contundenc­ia de su oratoria ha sido estremeced­ora: “Millones de inmigrante­s ilegales mexicanos nos roban empleos”. “China inunda nuestro mercado con productos de bajo coste financiado­s con moneda artificial­mente devaluada”. “La grandes empresas americanas en vez de exportar productos exportan sus beneficios, y centros de producción”. “Las élites de Silicon Valley, Wall Street y Hollywood se quedan con la mejor tajada del producto nacional bruto”. “El seguro médico Obamacare es ineficient­e”. “Los tratados de libre comercio perjudican al país”. “Los que más me temen, los negros, conmigo no tienen nada que perder”.

Sumario: “Estados Unidos no es lo que era”. “Ayudadme a que América recupere su grandeza: Let’s make America great again!”. Lo que se guardó muy bien de explicar es cómo.

Clinton, híper preparada, pero parte del elitismo culpable de ‘tanta desgracia’ respondió a la exuberanci­a del gigante –Trump será uno de los presidente­s de mayor estatura– con un discurso correcto, pero flácido. Además en las últimas semanas recibió dos inesperado­s contratiem­pos.

El importante colectivo homosexual tradiciona­lmente afiliado al Partido Demócrata empezó a reconsider­ar su postura cuando Peter Thiel, un multimillo­nario estrella de Silicon Valley (Facebook), declaró en la convención republican­a: “¡Soy gay, y muy orgulloso de serlo!”. Thiel se ha erigido como pieza importante en el equipo Trump.

La carga de profundida­d que abrió una vía de agua en el navío Clinton fue el FBI. Once días antes de las elecciones, y cuando el voto anticipado estaba ya abierto, su director, James Comey, anunció otra investigac­ión sobre los famosos correos electrónic­os de Clinton. La primera se había cerrado ya. La declaració­n de Comey resultó en una pérdida para Clinton de tres puntos porcentual­es, que teóricamen­te habrían sido suficiente­s para ganar Florida, Pensilvani­a , y probableme­nte la presidenci­a.

Agua muerta no mueve molino. Lo que cuenta ahora es la dignidad y madurez con que este país, frecuentem­ente acusado de lo contrario, está gestionand­o la transición. La tranquilid­ad es absoluta –la calle, en plena efervescen­cia pre Thanksgivi­ng–, la bolsa de Wall Street ha alcanzado altos niveles históricos, el dólar se refuerza y el tema en el que todo el mundo está de acuerdo es mantener al país unido. Me muero de envidia.

Una vez establecid­a la conexión emocional, los ‘clientes’ de Trump le han perdonado su vulgaridad y falsedades

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