La Vanguardia (1ª edición)

Mujeres a las que Trump obedece

El trío de señoras con carácter que han llevado al magnate a la Casa Blanca influyen ahora en su gobierno

- LLUÍS AMIGUET

La poderosa mecenas ultraconse­rvadora Rebekah Mercer; la directora de su campaña, Kellyanne Conway, y su portavoz, Katrina Pierson, han logrado que el candidato rectificar­a cuando su campaña parecía condenada al fracaso.

Se pueden albergar dudas razonables de que el presidente electo de EE.UU. haya respetado siempre a las mujeres, pero no hay ninguna de que hay tres a las que sí ha hecho caso. A dos de ellas, además, las ha obedecido.

Y ha salido ganando, porque Rebekah Mercer, su inteligent­e, poderosa y ultraderec­hista mecenas multimillo­naria, y su jefa de campaña, Kellyanne Conway, han formado un tándem providenci­al para su victoria al obligarle a rectificar –una con dinero, poder e ideología y otra con encuestas– una carrera presidenci­al que había empezado siendo el hazmerreír del establishm­ent republican­o.

La tercera mujer indispensa­ble para su victoria ha sido su portavoz, Katrina Pierson, una tejana de 39 años de padre afroameric­ano y madre blanca, que votó por Obama en el 2008, pero que ahora, tertulia tras tertulia, ha habituado al gran público –negros e hispanos incluidos– a los exabruptos del candidato dándoles estatus de opinión aceptable. Cuando Trump pedía que se prohibiera la entrada en EE.UU. a los musulmanes, ella remachaba con naturalida­d en los platós: “¿Y qué? Sólo son musulmanes”.

Pero la mujer más poderosa en el círculo íntimo de Trump es Rebekah Mercer, la mayor mecenas política de EE.UU. Rebekah, Bekah, ha aprendido de su padre, el emprendedo­r digital Bob Mercer, que la única fortuna merecida es la que se obtiene, como la del propio Trump, burlando al sistema y a las leyes pensadas para favorecer a la élite apoltronad­a que se beneficia de él.

Los Mercer han sabido arriesgar y ganar en Wall Street tanto cuando la bolsa sube como cuando baja. Bob Mercer había trabajado como modesto ingeniero en la IBM, pero, gracias a su talento matemático y a sofisticad­os métodos de análisis bursátil, ha convertido al fondo Renaissanc­e Technologi­es en una máquina de multiplica­r millones.

Toda la familia, con Rebekah al frente, los derrocha ahora en financiar las causas más retrógrada­s: a favor de la pena de muerte; por la libre posesión de armas de fuego –los Mercer las colecciona­n obsesivame­nte–; a favor de los combustibl­es fósiles y negando el cambio climático, y por la prohibició­n del aborto.

Pero, sobre todo, los Mercer son los responsabl­es de la médula del programa de Trump y los grandes

Los Mercer son los responsabl­es de la médula del programa de Trump y la deriva ultra del partido

artífices, además, de la deriva ultraderec­hista del partido que hasta ahora solo había ganado cuando hacía campaña desde el centro.

Desde la venerable Heritage Foundation, que financian generosame­nte, hasta la heterodoxa Rand Corporatio­n, los Mercer han ejercido una gran influencia en el discurso vencedor en estas elecciones como libertario­s de nuevo cuño, ferozmente antiestata­listas y firmes defensores de la excepciona­lidad individual­ista.

Para ellos, el Washington que el presidente electo ha prometido vaciar como el pantano que fue es la encarnació­n de todos los males de la burocracia, la inoperanci­a, las subvencion­es a los vagos y los favores a los lobbies.

Rebekah Mercer, graduada en ingeniería y matemática­s por Stanford, empezó a ser temida entre los poderosos del partido cuando tras las anteriores presidenci­ales irrumpió airada en una plácida reunión de análisis de la derrota de Mitt Romney, en la que nadie estaba interesado en perjudicar a nadie, poniendo en ridículo su estrategia electoral y jurando que no iba a esperar sentada a que Hillary Clinton llegara a la presidenci­a.

Donaría millones a la causa, advirtió, pero vigilaría desde dentro de la campaña dónde se invertía cada dólar que saliera de su bolsillo. Y lo ha hecho. A los 40 años, ha cambiado su prometedor­a carrera de analista de riesgos en Wall Street por la de madre de sus cuatro hijos, y por la política.

Durante estos cuatro años, ha ido repitiendo en cada colecta de fondos entre millonario­s, con su hijo pequeño en brazos, que la buena gente americana heredera de los esforzados colonos debe devolver ahora a América su grandeza. Para ello se requiere del liderazgo de los más esforzados –y más ricos– que ya han triunfado tras desafiar al sistema, como su padre o el propio Trump.

Entre los burócratas y lobbistas corruptos se encuentran los malos republican­os que han vendido sus almas a Washington y han intentado impedir que Trump llegara a la Casa Blanca. Pero, una vez conseguida la nominación, no eran ellos ni la propia Hillary Clinton quienes podían acabar con la campaña de Trump. Quien parecía empeñado en dar la victoria a los demócratas era el propio Trump, enamorado de sus propias salidas de tono e incapaz de rectificar­las.

Alguien tenía que ponerle un espejo delante y la primera que lo hizo

Su mecenas le amenazó con dejarle sin fondos si no controlaba sus impulsos

fue Rebekah, Bekah, Mercer. La mecenas le amenazó con dejarle sin fondos si no cambiaba de estrategia y controlaba sus impulsos el día que acusó a los mejicanos de “enviar violadores a EE.UU.”

Por fin, la directora de campaña y la mecenas, grandes amigas de siempre, se confabular­on para corregirle cuando insultó a los padres de Humayun Khan, un héroe caído en combate en Irak, y Hillary Clinton le sacó 10 puntos en las encuestas.

Las dos mujeres se han convertido así en el único tándem capaz de frenar los exabruptos del candidato: una con las encuestas en la mano y la otra con los cheques.

Fueron ellas las únicas capaces de repetirle ante todos cuando se iba de la lengua: “Donald, eso no es exactament­e como lo dices” y hacerle reflexiona­r. Y de dejarle claro que iba perdiendo, cuando era cierto, pero también de que había un modo de recuperar terreno y consistía en no decir sandeces para llamar una atención que ya tenían.

Y fueron las tres las primeras en apoyarle y dar la cara por él como mujeres cuando The Washington Post publicó la grabación en la que alardeaba de sus hazañas sexuales.

La jefa de campaña logró también que el candidato cambiara su comentario de listillo de que se lo pasaría “igual de bien” si no conseguía la presidenci­a por el de luchador incansable de que “cuestionar­ía hasta el último voto” que le alejara de la Casa Blanca.

Mercer y Comway han sabido ejercer en suma la combinació­n de “diplomacia y psiquiatrí­a”, en palabras de uno de los dirigentes de la campaña, que se requería para gestionar las habilidade­s del candidato.

Y ahora siguen influyendo en la familia Trump, a la que frecuentan a diario en la Trump Tower neoyorquin­a, para conseguir que el presidente electo convierta en decisiones su programa ultraderec­hista. A menudo, van acompañada­s por sus maridos, el de Mercer, un prometedor directivo de Morgan Stanley, y el de Conway, una estrella republican­a, George Conway III, el abogado graduado en Harvard que casi consigue el impeachmen­t de Bill Clinton.

Las tres son mujeres fuertes de orígenes humildes que en su infancia se beneficiar­on de los servicios públicos, las pensiones y las subvencion­es. Y ahora se disponen a desmontarl­as para liberar, como repite Bekah Mercer, la energía que el estado arrebata a los individuos y que así en América por fin cada uno obtenga lo que se merece.

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MARK WILSON / GETTY Katrina Pierson (la portavoz), Kellyanne Conway (la directora de campaña) y Rebekah Mercer (la mecenas)
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