Francia, en busca del porqué
La reflexión sobre las causas del desastre yihadista ha podido a la histeria
Además de su fraternidad, Francia busca explicaciones a la radicalización yihadista. Conmemorando ayer el primer aniversario de su peor atentado, el del 13 de noviembre del 2015, con seis discretas placas en París, el país no ha sucumbido a la histeria y ha continuado interrogándose.
En el país de Voltaire y la Ilustración cayó en saco roto la llamada a ponerse firmes y no pensar lanzada por el primer ministro, Manuel Valls, el 9 de enero: “Para esos enemigos que atacan a sus compatriotas, que destrozan el contrato social que nos une, no puede haber ninguna explicación que valga, pues explicar ya es un poco querer excusar”, dijo Valls.
Aquel llamamiento a cerrar los ojos no ha impedido una intensa reflexión y ha dado lugar a multitud de tesis, libros y puntos de vista que debaten entre sí. La desafortunada llamada de Valls no ha sido nada al lado del nefasto papel desempeñado por un sector del establishment mediático, intelectual y político, que afirma que el islam es incompatible con los valores de la república y da a entender que no se puede ser francés si se es musulmán, algo que incrementa el riesgo de una confrontación
MANUEL VALLS “Intentar explicar ya es un poco querer excusar”, dijo, pero el debate lo ha ignorado BEST SELLERS TÓXICOS Diversos autores se han especializado en buscar chivos expiatorios en las crisis
civil en el país y es el presumible objetivo de los estrategas del Estado Islámico.
Autores hijos de inmigrantes como Alain Finkielkraut (L’identité malheureuse) o con padres que nacieron en Argelia como Éric Zemmour (Le suicide français) o Michel Houellebecq (Sumisión) tienen en común una preferencia por buscar chivos expiatorios en periodos de crisis antes que interrogarse sobre las estructuras socioeconómicas de la sociedad o sobre las consecuencias de una política exterior belicista, por citar los dos grandes factores generales que enmarcan la radicalización violenta en el mundo de hoy.
Los libros de Zemmour, un hombre partidario de la deportación de cinco millones de musulmanes franceses, o de Houellebecq, premio Goncourt 2010 y autor de una fantasía islamófoba, habrían sido impensables referidos a los judíos, pues su relación histórica con los crímenes del antisemitismo oficial de finales del XIX o de los años treinta es directa. Eso no ha impedido que fueran grandes best sellers. Ese tipo de autores han envenenado mucho el ambiente, pero el debate serio ha progresado bien a su pesar.
Pocas sociedades europeas recibieron tantos inmigrantes como Francia. Hoy aquella máquina integradora, en general bastante exitosa, está detenida, o muy degradada, en el marco de la crisis general. Instituciones tan gloriosas y envidiables como la Educación Nacional, la política de empleo o la vivienda de protección oficial, están desbordadas, sufren recortes de recursos y ya no pueden con aquella Miseria del mundo descrita por el sociólogo Pierre Bordieu en los ochenta. El propio Manuel Valls se contradice a sí mismo cuando compara con el “apartheid social y racial” los barrios de inmigrantes en Francia.
Autores como Alain Bertho (Les enfants du caos) u Olivier Roy (Le Djihad et la mort) explican la radicalización yihadista francesa en la marginalidad social y el aspecto generacional. Bertho dice que los yihadistas no buscan su determinación asesina en la lectura del Corán y que su rabia, la rabia de unos “hijos del caos” sin futuro, dice, ya existía antes de su encuentro con el yihadismo: “En un mundo en el que la guerra, como lógica de gobierno, como amenaza, y como discurso de poder, toma cada vez más el relevo a la política, ellos se adhieren a una promesa de trascendencia y de heroísmo guerrero”, explica este especialista, uno de los raros que vive en una barriada popular (Saint Denis). Bertho habla de una reacción al desengaños, a “las promesas no cumplidas de la República a lo largo de tres generaciones”, a la búsqueda de asideros morales en barrios devastados por la cultura del trapicheo de la droga. Roy, que ya seguía al yihadismo en el Afganistán de los años ochenta, cuando la glorificación del yihadismo contra la URSS era la norma en Francia, subraya el propósito suicida como una ruptura con otros terrorismos de los años setenta, ochenta o noventa. Ni los palestinos, ni la RAF alemana, ni cualquier otro grupo “antiimperalista” o de extrema derecha, tenían como propósito o ideal morir matando. “No se trata de la radicalización del islam, sino de la
EL ISLAM EN FRANCIA Es la religión de una minoría desfavorecida de descendientes de colonizados RADICALIZACIÓN YIHADISTA Obviar el papel de la religión es tan extremo como darlo por absoluto EL DILEMA DE LA LAICIDAD Separar el derecho a criticar toda religión de su utilización para propugnar el racismo
islamización de la radicalidad”, dice Roy, que ha popularizado esa tesis original de Bertho.
A la pregunta de qué relación tiene el yihadismo con la religión, hay dos respuestas extremas. El
todo suele ser la respuesta de los adeptos al “conflicto de civilizaciones”, la popular y analfabeta tesis de que el islam es intrínsecamente violento y que presenta como pruebas citas del propio Corán. Como hace el filósofo Michel Onfray (en su Penser L’islam), esta tesis ignora que todos los libros sagrados de las grandes religiones monoteístas contienen ese tipo de citas violentas, y es rechazada por teólogos y expertos religiosos tanto cristianos como judíos.
En el otro extremo, el nada, suele ser una respuesta de izquierda para la que a veces cualquier crítica a “la religión de una minoría socialmente desfavorecida de excolonizados” (y eso es lo que es el islam en Francia, a diferencia de Arabia Saudí o Marruecos, por ejemplo) es descalificada como “islamofobia”. El reflejo recuerda a la acusación de “antisemitismo” dirigida contra cualquiera que condene o critique los desmanes de Israel en Palestina.
Entre los expertos franceses que enfatizan lo religioso desde posiciones intelectualmente competentes figuran el periodista de Le Monde Jean Birbaum (Un silence religieux. La gauche face au djihadisme), quien critica, precisamente, ese aspecto de tabuización izquierdista de la crítica al islam, y curiosamente no pocos teólogos cristianos como el padre Mathieu Rouge o el filósofo Marcel Gauchet (Comprendre le malheur français).
Uno de los más originales es el psicoanalista de origen tunecino Fethi Benslama (L’idéal et la cruauté /Un furieux désir de sacrifice), cuyo último libro desarrolla el concepto del “supermusulmán”. Su tesis es que el yihadismo sí tiene que ver con religión, pero no con un incremento del sentimiento religioso, sino más bien con su retroceso. Habría en el yihadismo cierta reacción (brutal y analfabeta desde el punto de vista religioso) a la secularización de las sociedades musulmanas.
Gauchet aboga por un regreso a una “laicidad de combate”. “No se trata de cerrar mezquitas sino de obligar al islam a definirse ante los principios fundamentales de la existencia democrática, tal como se hizo en su día con la iglesia católica”, explica. ¿Cómo hacerlo cuando el islam carece de organización y cuando la “comunidad islámica francesa”, dividida en corrientes de influencia marroquí, argelina, turca o el nefasto wahabismo saudí al que ahora se intenta poner coto, no existe como tal?
El tesoro de la laicidad republicana se utiliza frecuentemente como ariete contra una población que se siente marginada, lo que alimenta mecanismos de autoafirmación como respuesta. Al final, Francia se encuentra ante el dilema de cómo separar el derecho fundamental a criticar, reírse y ridiculizar todas las religiones, de la utilización de ese mismo derecho por la ultraderecha y sus epígonos para propugnar el racismo y la fobia contra la población francesa de origen inmigrante.
“De momento observo que la tentación del rechazo está siendo frenada por una negativa muy impresionante al extremismo, la sociedad francesa es globalmente muy razonable”, dice el filósofo Gauchet.