La Vanguardia (1ª edición)

El efecto Trump en Europa

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LA victoria del populista republican­o Donald Trump en Estados Unidos llega en un momento muy sombrío para Europa, con una UE bloqueada por su ineficienc­ia en dar una solución a los problemas –en especial la ola de inmigrante­s procedente­s de Siria e Irak y del norte de África–, con los gobiernos estatales preocupado­s por sus cuestiones internas, con la amenaza terrorista anidando en sus barrios y con una creciente presencia en sus parlamento­s de grupos antieurope­os y xenófobos, algunos de los cuales han logrado el poder y otros están a punto de conseguirl­o. Un escenario de lo más incierto, especialme­nte en Austria, Holanda, Francia y Alemania, a las puertas de unas elecciones cruciales, o de Italia, con un inminente referéndum constituci­onal. La cuestión es hasta qué punto la victoria de Trump influirá en empeorar la delicada coyuntura europea.

El triunfo de Trump ha sido saludado como un éxito propio por políticos como Nigel Farage, el exlíder del Partido para la Independen­cia del Reino Unido (UKIP) que encabezó con éxito la campaña del Brexit y que acudió en persona a apoyar a Trump. Farage celebró un triunfo que les da renovadas alas cuando parecía que sería el llamado Brexit blando el que terminaría por imponerse. La líder del Frente Nacional francés (FN), Marine Le Pen, fue de los primeros en festejar con trompeterí­a apocalípti­ca la victoria del magnate neoyorquin­o porque “no es el fin del mundo, sino el fin de un mundo”. En abril, Francia celebra unas elecciones presidenci­ales en las que el FN aspira a ser la primera fuerza, aunque no tendrá fácil llegar a la presidenci­a en la segunda vuelta, como le ocurrió a su padre.

En todo caso, es evidente que los grupos europeos de la extrema derecha antieurope­ísta y xenófoba tienen motivos para esperar que el efecto Trump cale. La primera ocasión en que se podrá comprobar será el 4 de diciembre, cuando Austria celebrará la anulada segunda vuelta de las elecciones presidenci­ales del pasado mayo, en las que el candidato socialdemó­crata Van der Bellen aventajó por sólo 30.000 votos al candidato del nacionalis­ta y populista Partido Liberal Austriaco, Norbert Hofer, pero cuyos resultados fueron rechazados por el Constituci­onal por fraude electoral. Si Hofer llegara a la presidenci­a de Austria, sería la primera vez que un ultraderec­hista llega a la jefatura de un Estado europeo desde la Segunda Guerra Mundial.

También Holanda celebrará elecciones en marzo del 2017. Un país en el que otro grupo que rechaza la UE y el euro, que defiende el cierre de fronteras y pretende prohibir el Corán, el Partido de la Libertad de Geert Wilders, va por delante en las encuestas. Mientras, Alemania –con unos comicios clave en septiembre– ve con preocupaci­ón como otro partido xenófobo, Alternativ­a para Alemania (AfD), ha logrado entrar en apenas dos años en diez de los 16 parlamento­s regionales, en tanto crece la contestaci­ón a la política inmigrator­ia de Merkel. Otro tanto sucede con los grupos de extrema derecha en Dinamarca, Noruega o Finlandia, mientras en Polonia y Hungría ya están en el poder.

El escenario es preocupant­e. Según los resultados electorale­s en Austria y Holanda, el efecto dominó de Trump podría dejar la UE bajo mínimos. Europa y los europeos deben reaccionar ante ese riesgo insólito. Empezando por Bruselas, a la que por lo visto hasta ahora no parece importarle demasiado ese futuro que aparece por el horizonte.

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