Lluís de El Dorado
LLUÍS CRUAÑAS (1937-2016) Restaurador
Joan, ahora si que me doy cuenta de que en casa no entendemos nada de cocina”. Era el restaurador Lluís Cruañas quien el 17 de octubre de 1986, el mismo día que Barcelona fue designada sede de los Juegos Olímpicos de 1992, le hacía esta reflexión a su jefe de cocina Jean-Luc Figueras, en el restaurante de Frédy Girardet, en el Hôtel de Ville de Crissier, junto a Lausana.
Lluís Cruañas había llegado al mundo de la restauración y de la cocina por voluntad de su padre, que tenía un bar, El Dorado, en la rambla Vidal de Sant Feliu de Guíxols. De un pequeño local de poco más de 100 m2 hizo una referencia gastronómica no sólo en la Costa Brava y en el Empordà, sino en todas partes: El Dorado Petit.
La historia, sin embargo, quizás no habría sido esa si Jaume Tresserra no hubiera recibido el encargo de diseñar el local. El interiorismo y en especial la marquesina (“una jaula de monos”, según algunos vecinos, que incluso tiraban plátanos durante las obras) no casaban con un restaurante de carne a la brasa. Pues, mira por donde, gracias a la iniciativa de quien con los años fue el gran amigo de Cruañas, en aquella casa se cocinaron platos que le dieron reputación y estrellas: gambas de Palamós hervidas con algas, espardenyes a la manera de la abuela Rosita, pulpitos con cebolla, carpaccio Harry’s Bar, filete al whisky, San Pedro al hinojo, tiramisú...
En aquella época los cocineros todavía no tenían el protagonismo mediático de hoy, pero ganas e ilusión no les faltaba. Cinco colegas de la zona pusieron la primera piedra de lo que ahora se conoce como la Cuina de l’Empordanet: Eduard Gascons (Els Tinars), Jordi Budó (Can Toni), los hermanos Font (Sa Punta), Carles Camós (Big Rock) y Lluís Cruañas con El Dorado Petit.
Lluís fue el más valiente de todos. Con su mujer, Lolita, y Jean-Luc Figueras dieron el salto a la calle Dolors Monserdà de Barcelona y de allí a Nueva York.
Hacer las Américas no fue, sin embargo, la historia soñada. Corría 1991 cuando abrieron en Manhattan y, aun contando con la garantía del intrépido JeanLuc y la juventud de un entonces aprendiz José Andrés, la empresa fue pesada.
Lluís Cruañas iba y venía de Nueva York, donde dejó a su hijo Marc. No lo decía, pero la responsabilidad (tenía socios en el negocio) lo estresaba. Tan mareado iba, que una mañana en el parking del aeropuerto de El Prat lo atropelló un coche. Aquel día perdió el avión y algo más.
Lluís Cruañas tenía 79 años cuando ayer nos dejó en el hospital de Palamós. Llevaba ingresado allí cuarenta días. Este verano aún estuvo al frente de El Dorado Mar, el restaurante que cuelga sobre la bahía de Sant Feliu que abrió hace ya unos años, sin por eso dejar el restaurante originario en la rambla del pueblo, donde tenía a su hija Suita, a pesar de que ya sin marquesina ni muchos de los platos que le habían dado fama.
Lluís Cruañas ha dejado un gran recuerdo entre quienes tuvimos la suerte de disfrutar de su savoir faire y de su generosidad.
Lluís, Jean-Luc, quizás en el Girardet no se comía igual que en El Dorado Petit, quizás, pero, escuchadme, allí donde estéis: vosotros sabíais de cocina, y mucho.
Participó en lo que se conoce como la Cuina de l’Empordanet y dio el salto a Barcelona y Nueva York