La Vanguardia (1ª edición)

Trumpetas imperiales

- Daniel Fernández

The Donald será el cuadragési­mo quinto presidente de Estados Unidos de América, y todavía tenemos el susto en el cuerpo. Por este motivo, mejor refugiarse en la lectura y volver la vista a la antigüedad. Además, si Trump ha llegado envuelto en el sonido de trompetas, también lo ha hecho con la divisa imperial como lábaro, así que por qué no irnos a la vieja Roma, modelo último del imperio americano, al fin y al cabo.

Aún no sabemos si The Donald será un Calígula (aunque no lleve zapatillas deportivas, las caligae de la época, y ya tenga apaciguado el ardor juvenil) o un Claudio, que fue un buen emperador pese a su fama previa de tonto y su cojera, epilepsia, tartamudez e innegables cuernos. Aunque lo cierto es que Trump, en su desmesura de opereta, nos recuerda al último emperador de la dinastía Julio-Claudia, Nerón, “el veneno del mundo”, según Plinio el Viejo.

Es tal vez el emperador del que nos ha llegado peor fama. Se hizo estrangula­r por un esclavo exclamando antes de agonizar aquello de “¡Qué gran artista pierde el mundo!”; cometió incesto con su madre Agripina y luego la asesinó, así como a sus esposas Octavia y Popea (a esta le pateó el vientre mientras estaba embarazada), a su hermanastr­o Británico y a sus maestros y mentores, Séneca y Burro. Por no hablar de que cargó la culpa del gran incendio de Roma del año 64 a los cristianos y se entretuvo masacrándo­los, a veces de forma tan imaginativ­a como usándolos, empapados en brea, como antorchas humanas para iluminar los jardines de lo que es hoy el Vaticano. Lo demás, si damos crédito a Tácito, Suetonio y Dion Casio, y no digamos a la historiogr­afía cristiana posterior, pues es tañer la lira mientras Roma arde; casarse con un esclavo, engalanado el amigo Nerón como novia, o como arrancar testículos a dentellada­s. Nerón sería todo eso y más. Y sin embargo, en estos últimos años también ha surgido, tímida, alguna vindicació­n de su muy exagerada persona. Fue un gran sátiro populista, sí. Y su populismo debería hacernos reflexiona­r sobre cómo y por qué utilizamos ahora tan alegrement­e el término. Pero su gobierno tiránico se enfrentó al Senado y por tanto a la casta senatorial y a las familias nobles de Roma. Aprovechó el incendio para reformar la mayor ciudad de la humanidad (el mundo no verá nada semejante hasta el siglo XIX) y dejó un legado de decisiones arquitectó­nicas y artísticas nada despreciab­le. Les recomiendo un excelente libro, Nerón, de Edward Champlin (Turner-FCE, 2006), que no es tanto una biografía como una guía para entender el sentido del espectácul­o y la moda griega que guiaban las decisiones del emperador. De forma similar, vale la pena recorrer lo que queda de la Domus Aurea, si visitan Roma. Y no olviden que el anfiteatro de Vespasiano se llama Coloseo por el coloso, la estatua gigante de Nerón que estuvo a sus puertas. Tal vez Trump sea un Nerón. Tal vez no será todo malo. ¡Pero qué susto! ¡Menudo susto!

Tal vez Donald Trump sea un Nerón; tal vez no será todo malo. ¡Pero qué susto! ¡Menudo susto!

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