Trumpetas imperiales
The Donald será el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos de América, y todavía tenemos el susto en el cuerpo. Por este motivo, mejor refugiarse en la lectura y volver la vista a la antigüedad. Además, si Trump ha llegado envuelto en el sonido de trompetas, también lo ha hecho con la divisa imperial como lábaro, así que por qué no irnos a la vieja Roma, modelo último del imperio americano, al fin y al cabo.
Aún no sabemos si The Donald será un Calígula (aunque no lleve zapatillas deportivas, las caligae de la época, y ya tenga apaciguado el ardor juvenil) o un Claudio, que fue un buen emperador pese a su fama previa de tonto y su cojera, epilepsia, tartamudez e innegables cuernos. Aunque lo cierto es que Trump, en su desmesura de opereta, nos recuerda al último emperador de la dinastía Julio-Claudia, Nerón, “el veneno del mundo”, según Plinio el Viejo.
Es tal vez el emperador del que nos ha llegado peor fama. Se hizo estrangular por un esclavo exclamando antes de agonizar aquello de “¡Qué gran artista pierde el mundo!”; cometió incesto con su madre Agripina y luego la asesinó, así como a sus esposas Octavia y Popea (a esta le pateó el vientre mientras estaba embarazada), a su hermanastro Británico y a sus maestros y mentores, Séneca y Burro. Por no hablar de que cargó la culpa del gran incendio de Roma del año 64 a los cristianos y se entretuvo masacrándolos, a veces de forma tan imaginativa como usándolos, empapados en brea, como antorchas humanas para iluminar los jardines de lo que es hoy el Vaticano. Lo demás, si damos crédito a Tácito, Suetonio y Dion Casio, y no digamos a la historiografía cristiana posterior, pues es tañer la lira mientras Roma arde; casarse con un esclavo, engalanado el amigo Nerón como novia, o como arrancar testículos a dentelladas. Nerón sería todo eso y más. Y sin embargo, en estos últimos años también ha surgido, tímida, alguna vindicación de su muy exagerada persona. Fue un gran sátiro populista, sí. Y su populismo debería hacernos reflexionar sobre cómo y por qué utilizamos ahora tan alegremente el término. Pero su gobierno tiránico se enfrentó al Senado y por tanto a la casta senatorial y a las familias nobles de Roma. Aprovechó el incendio para reformar la mayor ciudad de la humanidad (el mundo no verá nada semejante hasta el siglo XIX) y dejó un legado de decisiones arquitectónicas y artísticas nada despreciable. Les recomiendo un excelente libro, Nerón, de Edward Champlin (Turner-FCE, 2006), que no es tanto una biografía como una guía para entender el sentido del espectáculo y la moda griega que guiaban las decisiones del emperador. De forma similar, vale la pena recorrer lo que queda de la Domus Aurea, si visitan Roma. Y no olviden que el anfiteatro de Vespasiano se llama Coloseo por el coloso, la estatua gigante de Nerón que estuvo a sus puertas. Tal vez Trump sea un Nerón. Tal vez no será todo malo. ¡Pero qué susto! ¡Menudo susto!
Tal vez Donald Trump sea un Nerón; tal vez no será todo malo. ¡Pero qué susto! ¡Menudo susto!