La Vanguardia (1ª edición)

La paz civil en Euskadi

La Fundació Tàpies reúne en una muestra arte, documentos y objetos ‘afectados’ por la violencia en el País Vasco

- TERESA SESÉ Barcelona

El 20 de octubre del 2011 la banda terrorista ETA anunció mediante un comunicado “el cese definitivo de su actividad armada”. Cinco años después aún no se ha producido un tratado de paz, un acuerdo político que la rubrique, ni una fotografía que cierre el conflicto. “Pero la sociedad civil la ha puesto en práctica, la ha asumido, la proclama, y eso es lo que quiere celebrar esta exposición”, dice Carles Guerra a propósito de 1989. Tras las conversaci­ones de Argel. Delirio y tregua, exposición o “caso de estudio” que forma parte de Tratado de paz, uno de los proyectos más ambiciosos de San Sebastián 2016, capital europea de la Cultura, que ahora llega a la Fundació Tàpies tras su paso por Artium de Vitoria-Gasteiz.

Un abrazo, un apretón de manos, una bandera blanca... Todas las muestras abordadas en Tratado de paz (Paz de los Pirineos, las Paces de Urbía, la Abdicación de Bayona, el Abrazo de Bergara o el Pacto de San Sebastián) convergían en un gesto, una representa­ción de la paz, “pero este es el único caso de estudio que no está cerrado, que no ha concluido, y lo único que nos puede remitir al fin del conflicto son los dispositiv­os de memoria USB que Eta envió a las redaccione­s de los diarios Berria y Gara” anunciando el alto el fuego. Carles Guerra, comisario de la exposición y director de la Tàpies, lo ha colocado dentro de una urna de cristal, convirtién­dolo en icono de un acontecimi­ento del que carecemos de imágenes.

1989. Tras las conversaci­ones de Argel. Delirio y tregua es una exposición valiente y compleja, que aborda un tema todavía sangrante y cargado de emociones, que duele, pero en ningún caso “pretende confirmar ningún relato”, dice Guerra. “ETA se convertirá en un delirio, un monstruo que asesinó a casi 900 personas, pero en sus orígenes fue un movimiento político que demostró cierto grado de sofisticac­ión y articulaci­ón internacio­nal”. El comisario llama la atención sobre unas fotografía­s de Piero Salvi de un Pasolini manifestán­dose en 1975 en solidarida­d con los condenados en el proceso de Burgos o la defensa del movimiento armado por parte de intelectua­les como Sartre. “La racionalid­ad a veces crea monstruos. Pero hay que tener la valentía de mirar la historia en todos sus momentos, sus matices y sus procesos”, defiende el comisario .

Las obras (Ibon Aranberri, Luis Claramunt, Miró, Joan Mikel Euba, Iñaki Garmendia, Jeff Koons, Allan Sekula, Tàpies...), documentos y objetos expuestos no son una representa­ción de la violencia, pero estén afectados por ella, y su razón de ser aquí no es tanto su potencia como artefactos visuales como las biografías que encierran. Es el caso del Puppy de Jeff Koons, la escultura de un perro floral que frente al Guggenheim (símbolo de un País Vasco que ha dejado atrás una historia marcada por la gravedad), y contra la que tres etarras intentaron atentar con granadas días antes de su inauguraci­ón, en 1997, en un ataque en el que resultó herido el ertzaina que los sorprendió. Una cinta de casete grabada por algún comando de ETA cuyos primeros minutos transcurre­n en silencio para que, en caso de caer en manos de la policía, creyeran que se tratara de una cinta virgen. El retrato de Unamuno, que presidía el despacho del ministro de Cultura hasta la llegada de Méndez de Vigo. O una reproducci­ón digital de Paysage (1968) de Miró, una tela blanca con un punto azul en la parte superior izquierda fechada el 6 de junio de 1968, un día antes del que se considera primera atentado de ETA en el que murió el guardia civil José Antonio Pardines.

La muestra incluye además fotografía­s de Manel Armengol de un Xavier Vinader que habla por teléfono con un etarra desde un hotel de Bilbao en 1979, poco antes de que publicara tres reportajes en la revista Interviú sobre la presencia de grupos de extrema derecha armados en el País Vasco; un documental inédito de Joaquim Jordà (L’altra Chiesa, 1969); una instalació­n de Ibon Aranberrii, Étnicos (1998), que sugiere un inventario del material necesario para un secuestro en un zulo o las imágenes de Clemente Bernad que en el 2007 provocaron una tormenta política por su exhibición en el Guggenheim. En ellas se ve, por ejemplo, a una madre llorando su hijo muerto mientras manipulaba explosivos. “No tenemos el perfil humano del terrorista, eso no significa que no sea un criminal, pero son gente y debemos conocerla”, concluye Guerra.

La exposición forma parte del proyecto ‘Tratado de paz”, de San Sebastián, capital europea de la Cultura

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ANA JIMÉNEZ Imagen de la exposición 1989. Tras las conversaci­ones de Argel. Delirio y tregua, en la Fundació Tàpies

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