Y en esas aparece Trump
El 4 de noviembre entraba formalmente en vigor el acuerdo de París, suscrito por la comunidad internacional a finales del año pasado para combatir el cambio climático. Y el 7 de noviembre daba comienzo la cumbre de Marrakech (COP22) que contempla dos semanas de intenso trabajo para consensuar diversos aspectos prácticos imprescindibles para avanzar en la senda marcada en París. Y en esas estábamos cuando, de improviso, aparece en escena Donald Trump. Un acontecimiento que plantea la incógnita del impacto que el nuevo presidente electo de EE.UU. podría tener sobre la política internacional acordada en París.
Sin duda, todavía habrá que esperar algunas semanas para empezar a disponer de información fiable para despejar dicha incógnita. Sin embargo, la primera impresión no invita al optimismo. No en vano, el futuro presidente ha dejado meridianamente claro su posicionamiento en contra del acuerdo de París, de modo que hay sobrados motivos para pensar que, incluso aunque EE.UU. no se retire formalmente de este (una posibilidad que no debe descartarse), existe el riesgo de que la próxima administración estadounidense deje de considerar como un asunto prioritario el cumplimiento de los compromisos contraídos con la firma del acuerdo. Este hipotético desinterés supondría un importante contratiempo por cuanto otros grandes países emisores podrían seguir el ejemplo, aduciendo el incumplimiento por parte de EE.UU. para liberarse de sus obligaciones. A fin de cuentas, no podemos obviar que uno de los grandes impulsores del acuerdo de París fue el presidente Barack Obama, cuyo liderazgo, materializado en una intensa ronda de conversaciones bilaterales, no sólo con China, sino también con India y otros países emergentes, resultó clave para el éxito de la cumbre.
En cualquier caso, por lo que respecta a la UE, no cabe esperar que el advenimiento de Trump provoque un cambio sustancia l del apolítica en materia de energía y clima. La UE ya estaba comprometida con la descarbonización de su mix energético y de su economía mucho antes de que Trump oficializara su candidatura, de manera que el impulso ya alcanzado hace muy improbable cualquier retroceso o cambio de rumbo. Incluso en el hipotético caso de que algunos países miembros, (estoy pensando, por ejemplo, en Polonia) argumenten que no tiene sentido comprometerse en la lucha contra el cambio climático si el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo no lo hace.
Otro aspecto que considerar es el de si la incertidumbre creada tras la elección de Trump puede traducirse en un retraimiento de las inversiones en eficiencia y energías limpias. Ciertamente, en EE.UU. parece claro que las renovables deberán adaptarse a la nueva política de Trump que, aparentemente, pasa por derogar el Clean Power Plan impulsado por el presidente Obama y por priorizar la “independencia energética” del país, lo que podría significar una revitalización de la industria de los combustibles fósiles. Sin embargo, mas allá de este posible contratiempo, existen pocas dudas de que a nivel global, la eficiencia y las energías renovables tienen ante sí un futuro espléndido.
Pese al cambio en EE.UU., la eficiencia y las renovables tienen un futuro espléndido