La Vanguardia (1ª edición)

El MNAC tiende puentes entre Picasso y el románico

El MNAC expone obras del pintor junto a tallas y murales

- TERESA SESÉ Barcelona

En septiembre de 1934, Picasso, convertido ya en una celebridad (viajaba en un Hispano-Suiza y se alojaba en el hotel Ritz), visitó el Museu Nacional d’Art de Catalunya, que estaba a punto de abrir sus puertas. Le acompañaba­n su amigo Joan Vidal Ventosa, el director, Joaquim Folch i Torres, y una comitiva de periodista­s. El artista estaba deseoso de conocer la sala que le iba a dedicar el museo. Durante el recorrido, le llamaron la atención algunas obras de Martí Alsina y se detuvo ante los retratos de Ramon Casas, pero nada le despertó mayor admiración que las pinturas murales románicas. O al menos eso es lo que explicaba La Publicitat en una crónica firmada por su director, Carles Capdevila: “Pasando de una sala a la otra, Picasso, ante aquellos fragmentos incomparab­les del arte primitivo catalán, admiraba su fuerza, su intensidad y el oficio (...), y convenía sin vacilar que nuestro Museo románico será una cosa única en el mundo, documento imprescind­ible para quienes quieran conocer los orígenes del arte occidental, lección inapreciab­le para los modernos”.

Casi un siglo después, el MNAC lo invita a pasar una temporada (hasta el 26 de febrero) en las salas de románico, al cobijo del ábside de Sant Climent de Taüll o la Majestad Batlló. A primera vista es fácil imaginar que el objetivo de Picasso-Romànic, que así se titula la exposición, es rastrear la influencia del románico en la obra del malagueño. Todo lo contrario. “De lo que hablamos aquí es de la influencia de Picasso sobre el románico”, afirma Juan José Lahuerta. “La mirada de Picasso sobre el románico es una mirada de valoración artística, no es una mirada arqueológi­ca o desde el terreno de las antigüedad­es como la que se le dispensaba en aquel momento, y esa mirada moderna que proyecta es la que transforma el románico ante nuestros ojos, la que ha cambiado nuestra mirada”.

Juan José Lahuerta es el comisa- rio del proyecto, junto a Emilia Phillippot, conservado­ra del Museo Picasso de París, de donde procede el conjunto de cuarenta piezas (óleos, dibujos, cerámicas, esculturas, además de abundante documentac­ión...), algunas espléndida­s, como las tejas pintadas cuyo cromatismo resuena con el de las pinturas murales que las flanquean, el Pequeño desnudo sentado oel Busto de un hombre de 1907 que avanza sus Demoissell­es d’Avignon, su célebre Mujer de pie o unas delicadas máscaras en las que tres simples agujeros convierten una tablilla de yeso en una inquietant­e calavera. El visitante las encuentra a medida que avanza por las salas de románico, agrupadas en tres ámbitos, y felizmente integradas gracias a un sutil y eficaz montaje del arquitecto Jordi Garcés.

La muestra pone el foco sobre dos fechas que marcan la relación de Picasso con el románico: 1906, cuando viaja a Gósol , en el Prepirineo de Lleida, y la citada visita al Museu Nacional en 1934.

Lahuerta recuerda que en aquel momento la obra de Picasso ya ha experiment­ado un retorno a un cierto primitivis­mo (le interesa el románico, pero también el ibérico, el africano, el egipcio...), pero el románico en Catalunya es aún un arte por descubrir. Es precisamen­te en ese momento cuando la Junta de Museos del Ayuntamien­to de Barcelona encarga una primera expedición al Pirineo en busca de piezas románicas, a las que se considerab­a “objetos arqueológi­cos”, y de las que en aquel momento se hablaba más por lo que aquellos viajes tenían de aventura legendaria a lugares remotos que por su valoración artística en sí misma.

Lahuerta explica que sólo unos años antes, en la exposición de Arte Antiguo de 1902, que reunió 2.000 obras y sentaba las bases de un futuro museo de arte catalán (atrajo multitudes, más de 40.000 personas), apenas se exponían unas cuantas representa­ciones de frontales de altares románicos.

Picasso-Romànic empieza por tanto con el Picasso de Gòsol fascinado por los primitivis­mos, donde vírgenes talladas en madera, como la Mare de Déu de Gósol, se reencuentr­an con la Mujer desnuda implorando al cielo, el hermoso Busto de mujer (Fernande ) o el Desnudo con los brazos levantados, tallado sobre madera de boj con una navaja (no disponía de herramient­as para esculpir). “Tras su regreso de Gósol, Picasso siguió inspirándo­se en el románico tanto como en la escultura ibérica, aunque a veces se ignore la influencia del primero en beneficio de la segunda”, escribió Richardson, tal como cita el conservado­r del MNAC Eduard Vallès en la publicació­n, aún inédita, que acompaña la muestra.

A partir de ahí, la exposición gira

en torno a dos motivos temáticos: las crucifixio­nes y las calaveras.

Lahuerta insiste en que no se trata de ver las influencia­s formales, sino la resonancia profunda que hay en su obra. “Picasso lo fagocita todo y lo hace suyo”. Los Descendimi­entos de Santa Maria de Taüll enfrentado­s a las brutales, a veces salvajes crucifixio­nes que Picasso realizó en los años 30 o La muerte de

Marat, en la que la enorme figura de Charlotte Corday parece devorar la pequeñísim­a cabeza de Marat. O en fin, los rostros dolorosame­nte distorsion­ados, como el que realizó de Dora Maar durante su exilio en Royan a causa de la II Guerra Mundial, las calaveras, presencia simbólica de la muerte, expresada de una y mil formas, y que parecen haberse infiltrado en algunas pinturas murales, como la de Sant Pere de Sorpe, como si el propio Picasso, en aquella visita, de noche y a hurtadilla­s, hubiera pintado una a los pies del Cristo crucificad­o.

JUAN JOSÉ LAHUERTA “Su mirada de artista, moderna, transformó el románico para nuestros ojos” ‘PICASSO-ROMÁNICO’ La exposición reúne cuarenta obras procedente­s del Museo Picasso de París

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1996-98 ACCUSOFT INC., ALL RIGHT / MNAC Detalle de un fresco de Sant Pere de Sorpe
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Una imagen de la exposición Picasso-Románico, que se integra en las salas de la colección permanente del Museu Nacional d’Art de Catalunya
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KIM MANRESA

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