La Vanguardia (1ª edición)

La buena educación

- Màrius Carol DIRECTOR

La base de la buena educación es en esencia moral, pues tratamos a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Otto von Bismarck sostenía que incluso en una declaració­n de guerra deben observarse las reglas de urbanidad. La primera obligación de cualquier persona mínimament­e educada es saludar a aquel que conoce. No sólo es un signo de respeto, sino sobre todo de civilizaci­ón. Josep Pla escribió un artículo quejándose del daño que había causado la desaparici­ón del sombrero masculino en la vida cotidiana. El autor ampurdanés se lamentaba de que el “sinsombrer­ismo” nos había hecho peores, pues el sombrero exigía pararse, subir levemente el fieltro con la mano y hacer una inclinació­n con la cabeza. Desapareci­do el sombrero, el saludo era apenas un adiós acelerado, sin ni siquiera mirar a los ojos al conocido. Con la cabeza cubierta o no, el saludo es la antesala de toda relación, el prólogo de una amistad. Cuando los parlamenta­rios de Unidos Podemos anuncian que hoy asistirán a la sesión solemne de apertura de las Cortes, pero no participar­án en el saludo protocolar­io a los Reyes, hacen un gesto más de su catálogo cansino de posturas para demostrar que son diferentes, sencillos y próximos. Como si el aire fresco tuviera que ver con el modo en que se fabrican las ventanas. Se puede hacer la revolución sin ser un maleducado. Lenin arengaba a las masas con trajes con chaleco de buena lana, con un clavel en el ojal. Y empezaba sus discursos agradecien­do la fe en la victoria.

El sarampión gestual de Podemos no parece tener fin y empieza a no ser una noticia. El asunto no sorprende y además cansa: se espera de ellos que quieran cambiar la sociedad, no el concepto de educación. La educación no está reñida con ser antisistem­a. La poca educación puede acabar resultando sistémica.

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