La buena educación
La base de la buena educación es en esencia moral, pues tratamos a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Otto von Bismarck sostenía que incluso en una declaración de guerra deben observarse las reglas de urbanidad. La primera obligación de cualquier persona mínimamente educada es saludar a aquel que conoce. No sólo es un signo de respeto, sino sobre todo de civilización. Josep Pla escribió un artículo quejándose del daño que había causado la desaparición del sombrero masculino en la vida cotidiana. El autor ampurdanés se lamentaba de que el “sinsombrerismo” nos había hecho peores, pues el sombrero exigía pararse, subir levemente el fieltro con la mano y hacer una inclinación con la cabeza. Desaparecido el sombrero, el saludo era apenas un adiós acelerado, sin ni siquiera mirar a los ojos al conocido. Con la cabeza cubierta o no, el saludo es la antesala de toda relación, el prólogo de una amistad. Cuando los parlamentarios de Unidos Podemos anuncian que hoy asistirán a la sesión solemne de apertura de las Cortes, pero no participarán en el saludo protocolario a los Reyes, hacen un gesto más de su catálogo cansino de posturas para demostrar que son diferentes, sencillos y próximos. Como si el aire fresco tuviera que ver con el modo en que se fabrican las ventanas. Se puede hacer la revolución sin ser un maleducado. Lenin arengaba a las masas con trajes con chaleco de buena lana, con un clavel en el ojal. Y empezaba sus discursos agradeciendo la fe en la victoria.
El sarampión gestual de Podemos no parece tener fin y empieza a no ser una noticia. El asunto no sorprende y además cansa: se espera de ellos que quieran cambiar la sociedad, no el concepto de educación. La educación no está reñida con ser antisistema. La poca educación puede acabar resultando sistémica.