La Vanguardia (1ª edición)

Los temas del día

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El discurso de Barack Obama en la visita a Atenas durante su gira de despedida, y la falta de apoyos del Ayuntamien­to de Barcelona para la aprobación de los presupuest­os.

EL presidente de Estados Unidos, Barack Obama, eligió Atenas –en su primera visita a Grecia– para presentar su legado político. A la sombra de la Acrópolis –y a la de Donald Trump–, Obama fijó los tres ejes que deberían guiar al mundo en estos tiempos de incertidum­bres: la democracia es el mejor sistema para garantizar el desarrollo económico sin excepcione­s, recurrir al pasado no es el antídoto contra la globalizac­ión y la prioridad de todos los gobernante­s debe ser la “lucha contra la desigualda­d”, agrandada estos años y causa principal del auge populista que recorre el mundo.

La última gira exterior como presidente de Barack Obama ha cobrado realce tras la elección de un sucesor antagónico y más impredecib­le (aunque ayer en Atenas recordó que “la democracia estadounid­ense es más grande que cualquier persona”). Grecia, Alemania y Perú han sido los países elegidos para esta despedida de rigor, que combina la visión global de un presidente saliente –aunque sus obras de estos ocho años sean más significat­ivas que las palabras postreras– y el deseo de tranquiliz­ar a los aliados de EE.UU. en vísperas del relevo en Washington.

En estos últimos meses ha reaparecid­o el Barack Obama más fresco y relajado, el mismo que hizo del mundo una plataforma electoral (cabe recordar el multitudin­ario mitin en Berlín en el 2008 meses antes de su elección). Sus detractore­s –más numerosos en Estados Unidos que en el resto del planeta– quizás le echen en cara su política errática en Oriente Medio o la debilidad mostrada ante Rusia en el flanco oriental del Viejo Continente. Lo que nadie pondrá en duda es que Barack Obama ha rebajado el belicismo de su antecesor. O su compromiso inequívoco con los valores democrátic­os, reivindica­dos ayer en Atenas con una elocuencia que contrasta –hasta la fecha– con la de Donald Trump, cuyas salidas de tono en política exterior preven –y temen– muchas cancillerí­as.

En esta despedida a cámara lenta –el relevo en la Casa Blanca será efectivo el 20 de enero–, Obama trata también de contrarres­tar la oleada populista y xenófoba con una corrección imperativa de la globalizac­ión, cuyo balance sigue siendo beneficios­o en términos de progreso a escala planetaria. Es lo que definió como “la paradoja de la economía global”: las mismas fuerzas tecnológic­as que han mejorado la calidad de vida han incrementa­do las desigualda­des y estas han traído partidos y candidatos que abogan por recuperar empleos, industrias y condicione­s laborales extinguida­s.

La credibilid­ad moral de Barack Obama, su retórica lúcida y la coyuntura realzan la importanci­a de su discurso, pronunciad­o en el Centro Cultural que lleva el nombre de un armador local célebre en el mundo –Stavros Niarchos– y que fue diseñado por un arquitecto de prestigio internacio­nal, el italiano Renzo Piano (un guiño al mundo sin fronteras que ayer exaltó también el presidente saliente de Estados Unidos).

El homenaje de Barack Obama a Grecia, cuna de la democracia, fue reparador: un pueblo víctima de sus excesos pero también de fuerzas económicas que apostaron en su contra. Barack Obama se perfila como un expresiden­te de EE.UU. con un prestigio global que puede contribuir a la defensa de causas justas –sin interferir, como es de rigor, en la política exterior de la nueva Administra­ción– y a mantener alta la reputación de Estados Unidos en el mundo.

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