Más allá de la trumpofobia
Cuando el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, se reúna hoy con Donald Trump, empezará en serio la inevitable normalización del nuevo presidente. Trump ha declarado que Japón debería gastar más en defensa para compartir el peso derivado de contener a China de manera más equitativa, pero no habrá exigencias groseras. Como máximo, en la próxima cumbre, o en otra posterior, Trump podría sugerir que un mayor esfuerzo de parte de Japón sería bienvenido. Como Abe se ha esforzado más en reforzar Japón y en favor de la alianza, ambos líderes encontrarán una vía de entendimiento con bastante facilidad.
En cuanto a China y su expansionismo marítimo, las otras políticas de Trump revisten mayor importancia que su política sobre China como tal: quiere retirarse de Afganistán e Irak y alcanzar acuerdos con Putin sobre Siria y Ucrania. Ello liberaría recursos militares de Estados Unidos para contener a China, aportando los medios para una respuesta más musculosa. El equipo de Obama en la Casa Blanca rechazó una y otra vez las sugerencias del Comando del Pacífico de EE.UU. de instaurar patrullas para garantizar la “libertad de navegación”, con la esperanza de que bastaría con la persuasión verbal; la consejera de Seguridad Nacional, Susan Rice, dijo que China era “moldeable” –es decir, maleable– como si fuera un pequeño país sin mucha historia a sus espaldas. Es improbable que Trump comparta tales ilusiones, de modo que no detendría al Comando del Pacífico de realizar su tarea correspondiente de asegurar que las vías de navegación marítima permanezcan abiertas.
Si la política de Trump sobre Rusia tiene éxito, reducirá las tensiones, así como la necesidad de reforzar las fuerzas de la OTAN. Pero con respecto a esto, Trump ha reiterado en muchas ocasiones que presionará en favor de una mayor equidad en lo que concierne a la tarea de compartir el esfuerzo de los miembros más ricos de la OTAN. Algunos europeos ya han dicho que cualquier intento por parte de Trump en este sentido daría lugar, por el contrario, a la creación de las propias fuerzas armadas de Europa, superando en última instancia objeciones de todas las partes. Se trataría, ciertamente, de una curiosa respuesta, porque significaría gastar mucho más de lo que Trump pidiera. La consecuencia más probable es que Trump consiga los aumentos que pide.
No cabe esperar de Trump una política diferente con respecto a Europa. Su abierto apoyo al Brexit mostró claramente su euroescepticismo. Como un número creciente de europeos, debe contemplar la Unión Europea como un experimento fallido y el sistema monetario del euro como un factor destructor del crecimiento económico. Por otra parte, ningún presidente estadounidense puede decir mucho sobre el tema una vez haya ocupado su cargo e incluso puede hacer menos. No obstante, incluso un Trump silencioso animará a los políticos euroescépticos en todas partes, quizás inclinando la balanza en algunos países.
En lo concerniente a Arabia Saudí, cabría pensar que las cosas evolucionarán desde lo malo –su encarnizada disputa con Obama a propósito de Irán– a una situación peor, dado que Trump ha dicho muchas veces que el islam islamista es una ideología hostil. Arabia Saudí es la principal fuente de ello a nivel mundial, seguida por India (sí, la India laica concede una exención fiscal al enorme seminario Deobandi que dio lugar a los talibanes). Pero la Administración Trump no iniciará disputas religiosas y no abandonará la doctrina diplomática instaurada sobre la inmunidad soberana –violada por la ley de Justicia contra los patrocinadores del terrorismo, que se acaba de aprobar pasando por encima del veto de Obama– que permite pleitos civiles contra Arabia Saudí.
Contra todo esto, existe algo mucho más importante: en su afán por alcanzar un acuerdo nuclear con Irán, Obama hizo caso omiso de las preocupaciones israelíes y saudíes en materia de seguridad –que diariamente son objeto de ataques de parte de Irán– y acogió sus objeciones con glacial menosprecio. En cambio, los políticos de la Administración de Obama se comportaron como muchachos exaltados con sus homólogos iraníes. Los saudíes lo tomaron como algo personal. Aunque Trump no rechazará los acuerdos con Irán que ha criticado tan enérgicamente, su equipo no consentirá ninguna desviación, y si la Guardia Revolucionaria iraní intenta humillar a Trump con provocaciones navales como hizo con Obama, la marina estadounidense hundirá una o dos embarcaciones pequeñas y las relaciones estadounidense-saudíes serán espléndidas una vez más.
Según el sentir de muchos, lo más alarmante han sido las críticas de Trump a tratados comerciales recientes. La creencia en el libre comercio es algo así como una religión y ello ha hecho de Trump un apóstata. Sí, no: Trump no sancionaría la Asociación Transpacífica que debe suprimir numerosas barreras aduaneras, pero hasta este punto es lo más lejos que llegará su apostasía: no retirará a Estados Unidos de la OMC y no anulará ningún tratado existente, incluido el tratado de Libre Comercio de América del Norte, que no dejó de atacar durante su campaña. Por otra parte, Trump invocaría sin duda las previsiones de barreras antidumping que sus predecesores se mostraron reacios a utilizar, por ejemplo para proteger la industria siderúrgica estadounidense frente a una inundación de acero chino.
Esperen en cambio medidas fiscales para disuadir a las industrias estadounidenses de emigrar al extranjero. Así que, en efecto: Wall Street acertó al oponerse a él y los trabajadores industriales acertaron al respaldarle.
Wall Street acertó al oponerse al republicano y los trabajadores industriales acertaron al respaldarle