Trampa mortal
Con la decapitación de Sánchez, el PSOE le dio al PP la clave de su debilidad: el miedo a las urnas
El día en que el PSOE aceptó decapitar a Pedro Sánchez para facilitar la presidencia de Mariano Rajoy, so pena de estrellarse en las elecciones, envió dos mensajes: uno, que tenía pánico a las urnas, y por ello se aferraba a cualquier clavo ardiente, aunque ese clavo fuera colocar al PP en la Moncloa; y el otro, que el PSOE era el rey desnudo, cuya fragilidad había quedado expuesta ante la plaza pública. Después de ese aquelarre bajo el foco, lo siguiente estaba cantado: sería rehén permanente de los designios de su rival político. Porque el PSOE le había dado al PP la clave de su debilidad, y si el miedo eran las urnas, sólo cabía enseñar el espantajo cada vez que tuviera dudas para disciplinarlo. Se había convertido en su siervo más fiel, al menos durante un tiempo largo.
De servil a díscolo, cada vez que el PSOE intente aflojar esa cuerda que le aprieta el gaznate, se encontrará con la amenaza de Rajoy, felizmente asentado en una Moncloa que puede consolidarse si convoca elecciones. Y así ha sido en este último episodio, que será el primero de muchos: la colocación del exministro Fernández Díaz en la presidencia de Exteriores. A pesar de que el PSOE se aprestó a engullirse un sapo tan indigesto, era tal el sofocón que dio marcha atrás, probablemente convencido de que ni lo más fieles estaban dispuestos a tamaña humillación. Pero, raudo, el PP le ha sacado la tarjeta roja, le ha pedido que “reflexione”, eufemismo delicioso para esta situación de sólido chantaje, y le ha exigido que “vuelva al espíritu del pacto”, es decir, al redil, que para eso se metió en este lío. Y ese es justamente el lío del PSOE, que deberá transitar por un camino tan lleno de trampas mortales, que se augura mucha caída y mucha sangre, con el PP encantado de haberse conocido. ¿No lo habían previsto los barones y dinosaurios del PSOE? Pues vaya conspiradores de pacotilla.
En el entreacto, resulta delicioso este baile de cargos posibles para colocar adecuadamente al exministro con sobrepeso de mochila y micrófonos, no fuera a ser que dejara de vivir de la política, él que lleva tantos lustros en el erario. ¿No sería hora de una retirada por el foro o es que debe estar toda la vida en la política pública? Pues será que no, que hay que colocarlo con pinzas –y tapón en la nariz–, que lo de estar en un cargo público eternamente crea hábito, y el hábito hace al monje, en este caso con ángel de la guarda incluido. Aunque se prevé un camino arduo, porque el rastro que ha dejado este ministro es muy espeso. En todo caso, un nuevo y atroz episodio de mala política, con la consecuente falta de credibilidad y confianza que este tipo de actos genera. Después llorarán por Trump y sonarán las trompetas del apocalipsis. “¡Que viene el populismo!”, dirán en los micrófonos del orden y el boato, pero, felizmente amnésicos, no recordarán sus muchas culpas en crearlo.