Nuestras hijas
Varias de las amigas y amigos estadounidenses a quienes he escrito expresando mi más sentido pésame por lo que ustedes saben, han coincidido, al contestarme, en una cosa: me han hablado de sus hijas. ¿Qué mensajes –se preguntan, con preocupación– van a recibir las niñas que crecen hoy en Estados Unidos (y no sólo allí) sobre su futuro y su lugar en el mundo? Yo diría que por lo menos cuatro... a cuál peor.
Primero. Desigualdad de oportunidades. Vean si no: una mujer competente, preparadísima, con años de experiencia, se disputa un puesto con un candidato zafio, ignorante y totalmente novato... pero varón. Y ¿quién gana?
Segundo. Desigualdad en la pareja. Cierto, el matrimonio que ha ocupado la Casa Blanca siempre ha sido asimétrico: él, presidente, protagonista, autónomo; ella, esposa de, en la sombra, accesoria. Pero el que la va a ocupar a partir de enero es aún peor. El viejo millonario prepotente y su muda y decorativa esposa (la tercera, según el modelo habitual de los hombres exitosos y machistas: sucesivas parejas cada vez más jóvenes y más subordinadas) lleva la desigualdad hasta la caricatura. ¿Es ese el ideal, el referente, que ofrecemos a la joven generación: el playboy y la conejita?
Tercero. El machismo celebrado y recompensado. Trump no sólo es machista, sino que hace ostentación de serlo. Sabe que eso le congraciará con muchos hombres, y que también muchas mujeres verán en él a ese varón todopoderoso tan presente en el imaginario social –de Yahvé a James Bond– en el que todas y todos hemos sido educados.
Cuarto. Desigualdad profesional y económica. Para muestra un botón: en el equipo de campaña de Trump había un 72% de hombres y ganaban un 35% más que las mujeres (frente a un 47% y 1%, respectivamente, en el de Clinton).
“A todas las niñas que nos están mirando”, dijo la candidata demócrata en su discurso tras la victoria de su rival: “Nunca dudéis de que sois valiosas y poderosas y merecéis todas las oportunidades del mundo de perseguir y alcanzar vuestros sueños”. Fueron hermosas palabras en un discurso que me pareció ejemplar: por su coherencia, su lealtad a la democracia, su generosidad.
Claro que las niñas merecen todas las oportunidades. Pero en los recios tiempos que vienen, las mujeres y hombres que estamos a favor de la igualdad tendremos que trabajar mucho, contra viento y marea, para garantizárselas.