La Vanguardia (1ª edición)

Todos queríamos correr la Bouin

- SERGIO HEREDIA Barcelona

Lo recuerdo como si fuera ayer. Aunque han pasado 31 años. Nos vamos a diciembre de 1985. La Bouin. Me he acordado ahora de la Jean Bouin porque volverá a celebrarse en muy pocos días. El domingo 27. Joanjo Pallàs me pidió el martes que escribiera acerca de la carrera y yo le contesté que daría rienda suelta a la memoria.

–Contaré mi historia –le advertí. –Venga, tira. –Verás mañana, cuando te traiga mi foto en el podio –le amenacé.

–La espero –me contestó.

Aquí está la foto, ilustrando la página. Ayer la traje a la redacción. Nos reímos mucho mirándola. También lo hicieron Albert Santamaría y Marc Arias, mientras la escaneaban. Y Jordi Play, que por ahí pasaba.

–Vaya tirillas. ¿Cuánto pesabas? –me preguntaba­n entre risas. –Calculo que 50 kilos. –¿Qué dices...? No llegarías a cuarenta.

–Decid lo que queráis. Ese canijo de quince años, el décimo en el podio, volaba –les repliqué, en apariencia ofendido.

Es cierto. A los quince años corría mil metros en 2m32s5. No miento: tuve el récord de Catalunya de cadetes.

Lo que pasa es que la Jean Bouin de la categoría se disputaba sobre tres kilómetros, en asfalto y por las avenidas de Montjuïc. Subiendo y bajando. Y eso me repateaba... Así que quedé el décimo. Nunca más volví a correrla. No iba conmigo. Lo que sí hice fue asomarme de nuevo a Montjuïc, curioso de mí. Lo hacía cada año. A finales de noviembre, la cuadra de Vicente Egido tenía una cita con la Bouin. Algunos corrían a pelearla. Como Oriol Nin, Jacqueline Martín, Víctor Vinyals, Joan Viudes, Jordi Bello, Chencho López, Lolo García o Juan Herrera.

Yo prefería contemplar­los desde el otro lado de la barrera.

Álex Nicolau (quedó sexto el día de la foto, se despistó y no acudió al podio) y Óscar Gómez ni siquiera pudieron acompañarn­os. Murieron en un accidente de moto, en 1991. Les recuerdo con frecuencia. Forman parte de mi imaginario particular.

De verdad, la Bouin no iba conmigo.

Lo mío era el vértigo de la pista, el olor del tartán, las zapatillas de clavos y el cronómetro. Mis carreras de 800 m duraban menos de dos minutos. Qué feliz era en el Serrahima.

Según ibas creciendo, y avanzando categorías, la Bouin se estiraba en el tiempo y el espacio. Al final del trayecto se asomaba la carrera internacio­nal. Nueve kilómetros. Tres vueltas a un circuito que sube por la Font del Gat hasta el MNAC y baja bordeando el Poble Espanyol. Se prolongaba por media hora. O más.

–Que no, que no –le decía a Egido cuando se acercaba la fecha–. La Bouin, ni hablar.

Sabía de qué estaba hablando. Recuerdo muy bien aquella experienci­a iniciática. La primera y la última. Diciembre de 1985. ¿Qué hacía allí? Todos los corredores federados queríamos correr la Bouin. Era una fecha innegociab­le en el calendario del club. En mi caso, el Barça: cualquier cuarentón reconocerá la camiseta Meyba de los años ochenta.

Cada tarde nos entrenábam­os dándole vueltas a la pista de atletismo del Barça. Era de tierra. Medía 250 metros y se encontraba justo a las espaldas del Miniestadi, junto a la bolera. Entonces nos entrenaba el señor Cortés, que murió un par de años después. Vuelta a vuelta se fraguaban complicida­des y anhelos.

Cuando llegaba el otoño, las conversaci­ones giraban sobre la Bouin.

¿Qué tenía?

Tradición y presencia. Miles de espectador­es venían a vernos. Clubs y entrenador­es acudían al escaparate. Corríamos todos. Los buenos y los no tan buenos. Y los resultados aparecían días más tarde, en Mundo Deportivo.

CONVERSACI­ONES EN LA PISTA La Bouin tenía tradición y presencia: venían a vernos miles de espectador­es, era un escaparate para clubs y técnicos

Buceando en la hemeroteca del diario, recupero a quienes aparecen en la foto. Albert Casals, que fue segundo, me acompañó tres años más tarde en los Europeos júnior que se disputaban en Varazdin (entonces Yugoslavia, hoy Croacia). Lo hizo muy bien: fue cuarto en los 3.000 m obstáculos. A mí, en cambio, me echaron en las series de los 800 m. Albert Pascual, el cuarto, llegó a registrar 1h06m en medio maratón. Miquel Riera, el octavo, también se defendía muy bien en los obstáculos, aunque se retiró muy pronto. Era muy alto. Me sacaba una cabeza. Pesaba más de cincuenta kilos...

Los atletas impares no salen en la foto. Ganó Isidoro Alcaina. Le llamábamos el independie­nte porque no competía para ningún club. Qué rabia me daba el independie­nte. Había ganado la Bouin.

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LA VANGUARDIA

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