Mejor quedemos después de fiestas
Apoco más de un mes para Navidad, declaro oficialmente inaugurada la temporada de escaqueos de comidas a las que te convocan estos días previos al nacimiento del niño Jesús en un pesebre de no muy alto standing.
–Oye, antes de Navidad tenemos que quedar un día para comer juntos.
¿Por qué? Probablemente hayamos comido o desayunado juntos algún (o algunos días) de este año. ¿Por qué tenemos que volver a hacerlo antes de Navidad? ¿Qué fuerza poderosa emite esa fiesta para que todo el mundo tenga prisa, no sea que llegue Fin de Año o Reyes y no hayamos vuelto a hacerlo? Y si hace un año, o más de un año, que no comemos ni desayunamos juntos, quiere decir que, como mínimo por parte de uno de los dos, no hay mucho interés. Ahora hay en el mundo toda una nueva hornada de restaurantes que exhiben como pendón identificativo que son para “personas que comen solas”. ¿Eso es novedad? A lo largo de las décadas he visto en los restaurantes multitud de personas que comen solas y yo mismo, si puedo, prefiero hacerlo de esta manera. Ya tengo bastante trabajo en soportarme a mí mismo y a mis obsesiones como para, además, soportar las de los otros, que sin ningún tipo de duda se pasarán toda la comida explicándome cosas que me interesan relativamente poco.
Entiendo que, cuando eres un niño pequeño y te tienen que alimentar, o enseñarte a comer, tengas que hacerlo con tus padres. Pero desde el momento en el que aprendes a utilizar cuchara, tenedor y cuchillo, el resto de personas sobran.
–Pero ¿no lo entiendes? Cuando quedas para comer no sólo quedas para ingerir alimentos sino para explicarte la vida, hablar de esto y de aquello, y de que si son verdes o si son maduras.
Este es uno de los males de muchas personas. Dicen una cosa para convencer al otro y lo hacen sabiendo que lo engañan. Lo que les interesa es la cháchara y las horas miserablemente perdidas. Yo puedo comer perfectamente en media hora y luego volver al despacho a leer y escribir. No tengo por qué aguantar la insufrible sobremesa. Decía Jean-Paul Sartre que “el infierno son los otros”, pero aquel estrábico peculiar era demasiado amante de las mesas (sobre todo si había posibilidad de tirar los tejos a una señora, con o sin consentimiento de su amante oficial o novia, o vete a saber qué, la de El segundo sexo) para saber que, en realidad, “el infierno son las sobremesas”. Al mismo nivel lúbrico de Sartre podríamos situar algunas de las comidas de empresa que se hacen estos días. Gente que se ha pasado todo el año despotricando unos de otros, de repente se encuentran un mediodía o una noche para comer juntos antes de Navidad. Si está en juego la posibilidad de rematar el trabajo con aquella chica con la que flirteas junto a la fotocopiadora o la máquina de café, vale. Pero, si no...
Cuando me jubile todo eso cambiará porque tendré todo el tiempo del mundo y podré quedar con quien quiera. Espero haberme muerto mucho antes.
–Oye, antes de Navidad tenemos que quedar un día para comer juntos