La Vanguardia (1ª edición)

Trilogía de hong kong

Un médico naval en el puerto de los aromas

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Atodos nos gusta soñar. A todos nos gusta imaginar como debían ser en el pasado las calles, plazas y lugares por los que paseamos o visitamos y a todos nos gusta fantasear con la posibilida­d de trasladarn­os al pasado y pensar como nos hubiéramos apañado en aquella época. Esa posibilida­d cobra especial intensidad cuando uno pasea por Hong Kong, verdadera encrucijad­a entre Oriente y Occidente. Una urbe trepidante que fascina a la mayoría de sus visitantes, que intentan conectar el presente de esta city financiera con el pasado colonial británico, cuando sus muelles eran escenario de un continuo trajín de productos exóticos, sedas y especias. De ahí su apelativo del puerto de los aromas.Este ambiente se puede revivir ahora, hasta el 8 de enero del 2017, en el Museo y la Galería de Arte de la universida­d de Hong Kong, que acoge la exposición Fotos del pasado: el fotografo húngaro Dezso Bozoky en Hong Kong. Una muestra gratuita a la que se accede en veinte minutos desde la estación Central, en el corazón de la ciudad. Basta con trasladars­e con la línea azul del metro, dirección Kennedy Town, hasta la parada de la universida­d de Hong Kong (HKU) y andar cinco minutos entre los viejos edificios universita­rios hasta acceder al museo de Fung Ping Shan, el más antiguo de la ciudad. Un inmueble que contiene antigüedad­es chinas y la mayor colección de placas nestoriana­s del mundo.

UNA MIRADA SIN PRETENSION­ES

Junto a las exposicion­es permanente­s el museo acoge también muestras temporales, como este conjunto de escenas del Hong Kong de los años 1907-1909. Una época en la que excolonia estaba en su apogeo mercantil. La exposición tiene el valor de mostrar un conjunto de fotografía­s tomadas bajo la óptica de un turista de la época, que reflejan la realidad de una sociedad y de unos hechos, más que la búsqueda de un ángulo artístico. Se trata de un conjunto de imágenes en blanco y negro, parcialmen­te pintadas a mano por su autor, que ofrecen una visión poco conocida de una ciudad bulliciosa y mercantil, con una mezcla de culturas y unos paisajes de una naturaleza exuberante, que poco tienen que ver con la metrópolis actual. Una colección de fotografía­s que nos permite acompañar a Bozoky en su viaje personal por un mundo extraño como era el Hong Kong de principios del siglo XX para un centroeuro­peo, con sus callejuela­s llenas de vendedores y puestos de comida ambulante, amplias avenidas comerciale­s y cementerio­s con exuberante­s jardines. Un universo desconocid­o que se abría a un joven médico húngaro de 36 años que descubría el exotismo oriental y recogía sus puntos de vista en un cuaderno de viaje. Un diario cuyo resumen forma parte del catálogo de la exposición y nos revela sus impresione­s de la urbe.

UN VIAJERO POR AZAR

Sus impresione­s son precisamen­te uno de los aspectos más interesant­es de esta muestra. Desde que narra su primera impresión (“Nos acercamos al puerto más hermoso de Asia: Hong Kong”) hasta su despedida de la ciudad (“Me deleito con el panorama de la ciudad encantada que desaparece rápidament­e bajo la luz del sol”). Y es que Bozoky descubrió el Extremo Oriente por azar. Nacido en 1871 en Nagyvarad, ciudad magiar del imperio austrohúng­aro y actual Oradea en Rumanía, en una familia de intelectua­les, el joven Dezso no quiso seguir la estela de su padre, abogado, y escogió la medicina. Se graduó en la universida­d de Budapest en 1894 y se enroló en la marina imperial como médico en tierra. Sin embargo, en 1907 lo enviaron en un barco a Singapur y cuando regresaba su comandante recibió la orden de substituir a la tripulació­n de otro navío y volver a China. Bozoky estuvo navegando dos años por aquella aguas y fue entonces cuando visitó Japón, Corea y China. Tras su vuelta, nunca más viajó, pero su afán por compartir sus vivencias asiáticas le impulsó a donar las telas, los muebles y las tallas de madera que había comprado, así como sus fotos, al museo de arte oriental de Asia Ferenc Hopp de Budapest. “No hallarás nada sensaciona­l, pero creo que encajarán bien en el museo”, escribió a su director en 1939, Zoltan Felvinczi Takacs. Hoy, esas imágenes son un legado único de un pasado que ahora ve la luz en un lugar que mantiene el espíritu de un Hong Kong que desapareci­ó hace tiempo.

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