La Vanguardia (1ª edición)

¿Por qué nos confundimo­s todos?

- Juan M. Hernández Puértolas

Transcurri­das casi dos semanas desde la fecha de las elecciones presidenci­ales estadounid­enses, aún nos cuesta a muchos hacernos a la idea de que Donald Trump será en poco menos de dos meses el cuadragési­mo quinto presidente y que jurará el cargo en la fachada oeste del Capitolio el próximo 20 de enero. Imprevisib­le como resulta el personaje, no sabemos si en su discurso inaugural, que tendrá una audiencia multimillo­naria, mantendrá el tono de manso cordero que ha adoptado desde su elección o si recuperará el catálogo de amenazas, insultos y bravatas –“yo soy el único que puede arreglar esto”– que caracteriz­ó su insólita campaña presidenci­al.

¿Por qué la inmensa mayoría de los analistas y periodista­s, a ambos lados del Atlántico, mantuvimos hasta el fin que Trump no podía ganar? Creo que la primera razón es lo que en inglés se denomina wishful thinking, esto es, confundir los deseos con la realidad. A escala personal, teníamos tan clara la escasa catadura moral del personaje, su compulsiva proclivida­d a la mentira fácilmente desenmasca­rable, su insufrible vanidad y su ciclópea ignorancia, que no nos cabía en la cabeza que 13 millones de personas le votaran a lo largo de la temporada de elecciones primarias y asambleas estatales, y mucho menos que lo hicieran 61,5 millones el pasado 8 de noviembre.

La segunda razón se me apareció meridianam­ente clara cuando observé la fantástica fotografía que este diario publicó en portada el pasado jueves en la que se veía a un impoluto Barack Obama perfectame­nte ataviado ante el Partenón. No le faltaba ni un detalle, desde los zapatos de ante hasta las gafas de sol de diseño. Inmediatam­ente recordé un comentario que el historiado­r William Manchester situaba en labios de un tipo de Dallas poco antes del asesinato del presidente Kennedy del que mañana precisamen­te se conmemorar­á el aniversari­o. “Dios hizo a gente como Kennedy, guapa, rica, culta y atractiva. Y también hizo a desgraciad­os como yo. Suerte que Colt inventó el 45 para igualar un poco las cosas”.

A pesar de que Obama dejará el cargo con una popularida­d incluso superior a la que ostentaba Ronald Reagan al final de su mandato, la imagen de un afroameric­ano de éxito, no ya tanto económico como social, aún despierta enormes recelos en amplias capas de la sociedad estadounid­ense, especialme­nte en la llamada white trash, literalmen­te basura blanca, gente sin formación y sin perspectiv­as de futuro. No es una envidia patrimonia­l como en Europa –si fuere así, el millonario Trump no habría ganado las elecciones–, sino resentimie­nto a una cultura y a un estilo de vida determinad­os.

Ya sé que eso se compadece mal con el hecho de que Obama lograra en el 2012 tres millones más de votos que Hillary Clinton ahora, pero parece evidente que mientras los brothers (negros) se han quedado en mayor proporción en casa, Trump ha movilizado a casi todos los rednecks (racistas). Eso no lo vimos venir casi nadie.

Mientras los ‘brothers’ se quedaron más en casa, Trump movilizó a los ‘rednecks’; eso no lo vimos venir casi nadie

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