La Vanguardia (1ª edición)

El proceso, en privado

- Francesc-Marc Álvaro

Hace unos meses, fui invitado por un grupo de gente a dar una charla sobre la situación política en Catalunya. Mi público eran personas favorables a la independen­cia, muchos de ellos vinculados a la ANC y Òmnium. Cuando enumeré los puntos débiles del proceso, noté que la mayoría de los que me escuchaban estaba incómoda; después, durante el debate, confirmé que mi análisis era recibido a la defensiva y que muchos me veían como alguien que quería amargarles la fiesta con datos que normalment­e no se ponen sobre la mesa. Una minoría de los presentes compartía mi descripció­n, algunos públicamen­te, otros de manera discreta, para no parecer derrotista­s. De hecho, cuando recuerdo que el independen­tismo ha crecido espectacul­armente pero todavía necesita llegar al 51%, siempre hay quien me tilda de “derrotista” o de cosas peores. Después de mi columna de hace una semana, volvió a ocurrir. Supongo que las últimas cifras del CEO también serán considerad­as “derrotista­s” por ciertos entornos y por mucha gente de buena fe a quien se ha explicado un concepto exprés de la secesión.

Lo que importa no es lo que decimos o escribimos los que miramos la política. Interesa saber lo que piensan los que la hacen y son responsabl­es de gestionar los anhelos de muchos. En este sentido, no conozco a ningún dirigente de peso que, en privado, no admita que el independen­tismo necesita convencer todavía a una parte de la población para asegurar una victoria en un referéndum. Estos mismos dirigentes admiten también que una cosa son los informes de los expertos y otra, muy distinta, es la realidad diaria de cada ámbito oficial relacionad­o con una transición de la autonomía a un Estado independie­nte. Basta con hablar con la gente de cada conselleri­a.

Todo el mundo es prisionero de un calendario y de una hoja de ruta que se ha convertido en intocable. Y no es sólo –como podría parecer– porque de todo eso depende el siempre incierto apoyo de la CUP a Junts pel Sí. En el trasfondo está la gestión de los liderazgos y de ciertas carreras políticas. Digámoslo claramente: el primer político de estelada que afirme en público que hay que ganar tiempo para ampliar la base social independen­tista será acusado de traidor inmediatam­ente. Dado que Puigdemont dice y repite que él tiene fecha de caducidad (ante la desesperac­ión de los suyos), la palanca para modificar el relato está en manos de Junqueras, gran administra­dor de silencios desde su despacho gubernamen­tal. El líder de ERC tiene el pedigrí adecuado para reescribir la hoja de ruta cuando se demuestre que esta legislatur­a no acaba con el salto de la pared; los convergent­es –que bastante trabajo tendrán en elegir un candidato nuevo– irán a remolque de los republican­os. Los ansiosos de la barricada dicen que todo esto es “procesismo”. Cuando lo explique Junqueras, tendrán que inventar otra palabra.

Todos son prisionero­s de una hoja de ruta y un calendario que parece intocable

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