La Vanguardia (1ª edición)

Banquete en honor del TC

- Joaquín Luna

Un banquete no es un evento. Yo no digo que a un funeral no se le pueda llamar “evento mortuorio” o “evento con pompa fúnebre”, pero para un banquete que se celebra en Barcelona en honor del Tribunal Constituci­onal no es cuestión de hacerse el contemporá­neo. –¡Menuda fecha! –Sí, 80 años de la muerte de Buenaventu­ra Durruti.

El primer comensal del banquete que saludo es Víctor Gómez Pin, filósofo. Cuando lo veo, en esta o aquella feria, siempre ligero de equipaje, pienso que, en el fondo, el destierro taurino nos sienta bien.

Trescienta­s personas, en sus cabales y sobrias, se reunieron en la Barcelonet­a para celebrar con un banquete la sentencia del Tribunal Constituci­onal que ampara la celebració­n de corridas de toros en la Monumental.

Entre los asesinos, matadores, delincuent­es y ganaderos llegados reinaba un gran ambiente, y el almuerzo transcurri­ó sin incidentes en un restaurant­e de la Barcelonet­a pese a la sucesión de parlamento­s.

Como es habitual, los taurinos catalanes hicimos la pelota a algún icono indiscutib­le de Catalunya. El honor le cupo a Paco March, el presidente más de izquierdas de todas las federacion­es que se hacen y se deshacen en Catalunya. Eligió a Santiago Rusiñol y El Gallo, que compartier­on porró y charla, de la que dejó constancia Rusiñol en L’Esquella de la Torratxa.

Salvo los nupciales, los banquetes tienen una solemnidad perdida. Para que tenga éxito, un banquete de toda la vida necesita que no haya intoxicaci­ones, ensalzar una idea –cuanto más utópica, mejor–, encumbrar a un poeta incomprend­ido o defender alguna causa perdida. –Visca la llibertat! Puestos a gritar cosas entre amigos y conocidos, mejor elegir causas universale­s que facilitan la digestión, la amistad y la pluralidad, aunque ayer la consigna era que no seamos pesimistas, luchemos por lo nuestro y por aquello que la ley autoriza.

Yo tuve suerte con los compañeros de banquete porque eran asesinos muy educados cuyos nombres no cito para que hoy nadie les señale en el trabajo, en Semon o en la escuela donde llevan a los niños. Todas las mesas tenían su nombre, suertes taurinas que nadie conoce, y unas se llamaban Al Volapié y otras Al Alimón.

En todos los banquetes falta alguien, pero siempre hay alguien que se encarga de decir lo mucho que le hubiera gustado estar presente al ausente. Esto pasó con el gran Juan Mora, torero de consagraci­ón otoñal y madrileña, uno de los tres que hicieron el paseíllo en la Monumental la última tarde antes de la prohibició­n.

–Recogió, como hicimos todos (bueno, yo no), un puñado de arena del ruedo y lo guardó, entre la chaquetill­a y el corazón. Nos dice que tiene muchas ganas de devolver esa arena.

Tresciento­s comensales sobrios celebraron ayer en la Barcelonet­a una sentencia del Constituci­onal

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