Banquete en honor del TC
Un banquete no es un evento. Yo no digo que a un funeral no se le pueda llamar “evento mortuorio” o “evento con pompa fúnebre”, pero para un banquete que se celebra en Barcelona en honor del Tribunal Constitucional no es cuestión de hacerse el contemporáneo. –¡Menuda fecha! –Sí, 80 años de la muerte de Buenaventura Durruti.
El primer comensal del banquete que saludo es Víctor Gómez Pin, filósofo. Cuando lo veo, en esta o aquella feria, siempre ligero de equipaje, pienso que, en el fondo, el destierro taurino nos sienta bien.
Trescientas personas, en sus cabales y sobrias, se reunieron en la Barceloneta para celebrar con un banquete la sentencia del Tribunal Constitucional que ampara la celebración de corridas de toros en la Monumental.
Entre los asesinos, matadores, delincuentes y ganaderos llegados reinaba un gran ambiente, y el almuerzo transcurrió sin incidentes en un restaurante de la Barceloneta pese a la sucesión de parlamentos.
Como es habitual, los taurinos catalanes hicimos la pelota a algún icono indiscutible de Catalunya. El honor le cupo a Paco March, el presidente más de izquierdas de todas las federaciones que se hacen y se deshacen en Catalunya. Eligió a Santiago Rusiñol y El Gallo, que compartieron porró y charla, de la que dejó constancia Rusiñol en L’Esquella de la Torratxa.
Salvo los nupciales, los banquetes tienen una solemnidad perdida. Para que tenga éxito, un banquete de toda la vida necesita que no haya intoxicaciones, ensalzar una idea –cuanto más utópica, mejor–, encumbrar a un poeta incomprendido o defender alguna causa perdida. –Visca la llibertat! Puestos a gritar cosas entre amigos y conocidos, mejor elegir causas universales que facilitan la digestión, la amistad y la pluralidad, aunque ayer la consigna era que no seamos pesimistas, luchemos por lo nuestro y por aquello que la ley autoriza.
Yo tuve suerte con los compañeros de banquete porque eran asesinos muy educados cuyos nombres no cito para que hoy nadie les señale en el trabajo, en Semon o en la escuela donde llevan a los niños. Todas las mesas tenían su nombre, suertes taurinas que nadie conoce, y unas se llamaban Al Volapié y otras Al Alimón.
En todos los banquetes falta alguien, pero siempre hay alguien que se encarga de decir lo mucho que le hubiera gustado estar presente al ausente. Esto pasó con el gran Juan Mora, torero de consagración otoñal y madrileña, uno de los tres que hicieron el paseíllo en la Monumental la última tarde antes de la prohibición.
–Recogió, como hicimos todos (bueno, yo no), un puñado de arena del ruedo y lo guardó, entre la chaquetilla y el corazón. Nos dice que tiene muchas ganas de devolver esa arena.
Trescientos comensales sobrios celebraron ayer en la Barceloneta una sentencia del Constitucional