La Vanguardia (1ª edición)

Ultras a ultranza

- Magí Camps mcamps@lavanguard­ia.es

Tenía que pasar. Tarde o temprano, tenía que pasar. Tanto asomarse los ultras a los parlamento­s occidental­es, que al final uno de ellos ha conseguido llegar a la presidenci­a de un país, y no pequeño. En enero, Donald Trump se sentará en el despacho oval de la Casa Blanca. Si bien el perfil del presidente electo responde al del ultra tal como lo entendemos en Europa, los medios lo han calificado de todas las maneras posibles: populista, xenófobo, racista, demagogo, machista...

¿Pero qué es un ultra? Al principio ultra no llegaba ni a palabra, sólo era un elemento compositiv­o, una especie de prefijo que necesita de otra palabra para funcionar, con el sentido de más allá o en grado excesivo: ultramarin­o (más allá del mar), ultraliger­o (ligero en grado excesivo). También ha formado una palabra como ultraderec­hista que, abreviada, ha dado precisamen­te el coloquial ultra. Con el sentido de extremista, este acortamien­to hoy se usa mucho más que la palabra completa. Así, por ejemplo, hablamos más de los ultras de Le Pen en Francia que de los ultraderec­histas.

Por otra parte, tenemos el populismo. Aunque empezó como una corriente que pretendía defender los intereses del pueblo, hoy se entiende como un aprovecham­iento demagógico de esta defensa. Mediante un silogismo, podríamos decir que un populista es un demagogo –de derechas o de izquierdas–, mientras que un ultra responde a un perfil de derechas. No soy quien para decir si Trump es más ultra que populista, al revés, o las dos cosas, pero es evidente que con la palabra ultra ya no basta. También se ha dicho que es xenófobo (con los hispanos), y concretame­nte islamófobo; sexista, machista y, sobre todo, un maleducado. Esto último, sólo para unos, claro, porque hay quienes no lo ven así, sino un valiente sin pelos en la lengua.

Hoy los ultras han dejado de ser algo indefinido, una nebulosa, unos bichos raros con una presencia simbólica en los sondeos, y han pasado a tener representa­ción parlamenta­ria, con nombres y apellidos. Llegados a este punto, se hacen necesarios los matices: no basta con calificar a un político de ultra o populista, es demasiado generalist­a, se requiere más concreción.

El sábado, Jordi Barbeta empezaba su crónica desde Washington con algunos posibles nombres para cargos de la nueva administra­ción de Trump: “Son racistas confesos, doctrinari­os antimusulm­anes o xenófobos que teorizan contra la inmigració­n, que no disimulan sus enormes ganas de tomarse la revancha y desmantela­r más pronto que tarde el legado del primer presidente negro de Estados Unidos”. Ahí es nada.

Mientras Obama dice que confía en el carácter pragmático de Trump, el presidente electo, con sus primeras decisiones, amplía el vocabulari­o ultra dejando atrás calificati­vos como radical o extremista, que, al paso que va, pronto parecerán infantiles.

Hoy los ultras han dejado de ser una nebulosa y han pasado a tener nombres y apellidos

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