El Holocausto eres tú
Guy Cassiers impacta en Temporada Alta con su adaptación de ‘Las benévolas’, el relato del exterminio judío en primera persona por uno de sus perpetradores
“No me arrepiento de nada. Yo hacía mi trabajo y basta”. Desafiante, contundente, dirigiéndose al público del teatro Municipal de Girona directamente y a solas, así comienza Max Aue el relato de sus años como oficial de las SS, de sus años como perpetrador del Holocausto. Ahora, informa enseguida, es el director de una plácida empresa textil alemana “que va muy bien”. Sin embargo, la calma puede ser destructiva con miles de muertos a las espaldas, y Aue, explica, toma cerveza en un bar e imagina que entra un hombre y comienza a disparar. Está en un teatro e imagina una granada rodando bajo las butacas. Así que, calmado, o eso dice él, ha decidido poner el pasado en orden “para mí mismo”. Y mostrar sus estremecedoras acciones con las SS durante la Segunda Guerra Mundial a los espectadores.
Es el arranque del montaje teatral de Las benévolas, la monumental novela de Jonathan Littell que el flamenco Guy Cassiers, famoso por sus grandes adaptaciones literarias (Orlando, El corazón de las tinieblas), ha llevado a las tablas con actores belgas y holandeses. Y que este fin de semana ha recalado en el festival Temporada Alta de manera contundente y con gran ovación aunque también para parte del público la propuesta, desnuda, esencial, con mucho texto (¡y qué texto!), resultó más narrativa que dramática.
Cassiers ha optado por llevar a escena la parte de la novela más didáctica, más necesaria
Fuera lo que fuera, impactante resultó. De manera radical en el tramo inicial de la obra, cuando Aue está en Ucrania, donde viven tres millones de judíos y narra sus vivencias. Efectivamente, las narra. Nada del terror se ve en un escenario presidido por una suerte de gigantesco armario archivador con cientos de pequeñas puertas rectangulares, símbolo de un sistema inhumano y burocrático en el que Adolf Eichmann –“el encargado de los trenes”, como se define en un momento de la pieza, el alto funcionario de las SS ejemplo de la banalidad del mal, como resaltó Hannah Arendt– guarda de vez en cuando durante la función sus estudios e informes sobre cuántos judíos hay en cada país y como progresa su exterminio: Hungría es el alumno ejemplar; en Dinamarca no ha logrado apenas nada.
Pero cómo narra y vive en su cuerpo el actor Hans Kesting lo que narra. Y cómo hace vivir al público esas acciones tremebundas, desgarradoras. Fosas gigantescas a las que caminan en silencio cientos de ciudadanos en paños menores. Hasta que escuchan los primeros alaridos. Disparos en el cuello. Sangre a borbotones. Tiros de gracia a jóvenes muchachas de dignidad desarmante... hay que cumplir órdenes, aunque sean absurdas e inhumanas. Porque muchos de los miembros de las SS, Max Aue entre ellos, así las ven y el espectador contempla sus debates, a veces bizantinos. Y ve la caída interior de Aue, sus pesadillas, su resistencia. Ucrania, Stalingrado, el Berlín que cae...
Cassiers, de una novela de mil páginas, efectivamente ha elegido llevar a las tablas la parte más didáctica, más necesaria, dejando fuera aspectos familiares de Aue que explican al personaje mucho mejor. Interesa el debate. Especialmente el interior: “Era mi deber. Era la guerra total”, dice Aue, a la vez que sufre por las atrocidades que comete. “¿Quién tiene la culpa, todos o ninguno”, se interroga. Sin obreros detrás, Stalin y Hitler serían puros bufones llenos de odio y fantasía, remacha. “La historia moderna demuestra que la gente hace todo lo que le mandan”, espeta. El verdadero peligro para el ser humano “soy yo, ustedes”, prosigue. “Y si no están convencidos es mejor que se vayan porque hoy no entenderán nada. No se puede decir nunca ‘no mataré’. Es imposible. Como máximo puedes decir ‘espero no matar nunca’”, advierte. Y concluye: “Soy igual que ustedes”.