La Vanguardia (1ª edición)

Lenin y el cambio

- Oriol Pi de Cabanyes

Lenin escribió en agosto de 1915, dos años antes de la revolución soviética y en plena guerra mundial, que el eslogan de Estados Unidos de Europa que alguien había empezado a blandir no era sino un engaño más del capitalism­o mediante las cuatro grandes potencias europeas –Reino Unido, Francia, Alemania y Rusia, tres de ellas monarquías– para repartirse mejor las colonias.

“El desigual desarrollo económico y político es ley absoluta del capitalism­o”. Y, “por tanto”, deduce, “la victoria del socialismo es posible por primera vez en varios países o incluso en un solo país capitalist­a”. Puesto que “después de la expropiaci­ón de los capitalist­as y de la organizaci­ón de su propia producción socialista, el proletaria­do triunfante de este país se levantará contra el resto del mundo capitalist­a, atrayendo a su causa a las clases oprimidas de otros países...”.

Y es que la utopía marxista había previsto que la revolución emancipado­ra se daría antes en los países económicam­ente más evoluciona­dos, como Alemania, que en los que aún tenían estructura­s económicas y sistemas de dominación de tipo feudal, como el imperio ruso. Pero las previsione­s fallaron. Y la revolución cuajó en Rusia (entre otras cosas, también para dar salida al shock provocado por la Primera Guerra Mundial).

Lenin concluye que “la libre unión de las naciones en socialismo es imposible sin un tenaz combate de las repúblicas socialista­s [que él, como Marx, preveía que se crearían antes en los estados económicam­ente ricos] contra los estados atrasados”. Porque para Lenin la revolución debía plantearse como una especie de partida de damas: cuando cae una pieza arrastra a todas las demás.

La revolución no podría triunfar de golpe en todo el conjunto europeo. Tenía que empezar por donde la hicieran más realizable las “condicione­s objetivas”. Y luego la fraternida­d proletaria ya iría haciendo su efecto, liberando uno tras otro a los demás pueblos dominados por el perverso capitalism­o que en aquel 1915 él considerab­a que ya se había convertido en “internacio­nal y monopolíst­ico”.

¿Por dónde empezar? Es el dilema de los antisistem­a de todo el mundo, también hoy. Lo querrían todo y ahora mismo, sin tener en cuenta que sin evolución no hay revolución sino conservaci­ón. Redentoris­tas del todo, dejan de lado que sin una suma de pequeños cambios no hay Cambio. La revolución bien entendida empieza siempre por uno mismo. Y por lo que tienes más cerca.

Claro que esto de la evolución personal permanente tiene poco de marxistale­ninista. El mismo Lenin decía en ese papel de 1915 sobre los Estados Unidos de

Europa que “la abolición de clases es imposible sin una dictadura de la clase oprimida, el proletaria­do”: la dictadura del partido, de los funcionari­os del aparato: la casta dirigente que, en nombre del pueblo, se queda, omnímoda y absolutist­a, con todo el poder de oprimir.

Los antisistem­a lo querrían todo y ya, sin tener en cuenta que sin evolución no hay revolución sino conservaci­ón

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