Saber mirar a los ojos
En las últimas elecciones a la presidencia de EE.UU. no ha ganado el candidato más votado en las urnas sino el más votado en las redes sociales, como si de un episodio de Black mirror se tratara (Black mirror hizo un tuit desmintiéndolo: “No es un episodio. No es marketing. Eso es la realidad”).
El día de las elecciones Trump había generado al doble de búsquedas en Google que su contrincante en el último año, tenía 13,5 millones de seguidores en Twitter frente a los 10,5 de Hillary, 13 millones de me gusta en su página oficial de Facebook frente a los 8,6 de la candidata demócrata a quien también superaba en visualizaciones en YouTube. En general los mensajes de Trump y sus seguidores han provocado más reacciones —retuits, favoritos, respuestas, comentarios, enlaces compartidos— que los de la candidata demócrata.
Con estos datos algunos algoritmos de inteligencia artificial como el MogIA predijeron la victoria de Trump cuando todas las encuestas lo daban como perdedor. Es como si los electores ya hubieran votado durante el año en las redes sociales y el día de las elecciones sólo fuera la foto en una especie de show de Truman electoral.
Para entender qué ha pasado tenemos que retroceder hasta los años sesenta cuando la tele era todavía un recién llegado en los comedores de los hogares americanos de donde había desplazado a la radio. Todo estaba por hacer y los políticos buscaban cómo dirigirse de una manera más directa a la audiencia del nuevo medio. En los debates presidenciales de 1960 Kennedy entendió el lenguaje televisivo y miró a cámara a la hora de responder cada pregunta mientras Nixon miraba a ambos lados a los periodistas. La tele no dio la victoria a Kennedy pero se la quitó a Nixon. La tele de Trump han sido las redes sociales. Los mensajes directos, simples y controvertidos de su campaña resuenan muy bien en la red donde se amplifican y se comparten hasta el infinito. Con un 62% de los americanos informándose en las redes sociales (49% en el 2012), según Pew Reseach, el debate es ahora sobre si las redes sociales, Facebook en particular, han hecho presidente Trump. Zuckerberg ha tildado la idea de loca, pero lo que es cierto es que los algoritmos de Facebook priman las informaciones que más se comparten, las que más reacciones generan —tanto a favor como en contra— sin entrar en su veracidad. El único objetivo es retener nuestra atención el máximo de tiempo posible. Facebook y Google ya han anunciado medidas contra las páginas web que distribuyen noticias falsas.
El porqué de todo es que uno de los candidatos ha sabido dirigirse a su electorado mirándolo en la cara en este nuevo medio y el otro no. Han sido habituales las madrugadas de Trump enloquecido respondiendo tuits al más puro estilo troll hasta el punto de que se especuló si su equipo de comunicación le tenía que retirar el acceso. Nunca sabremos hasta qué punto las redes sociales dieron la victoria a Trump pero lo que sí que sabemos a ciencia cierta es que las redes han cambiado el debate político para siempre de la misma manera que lo hizo la tele en 1960.
En EE.UU. ganó el candidato más seguido en la red, no el más votado