El Papa permite a los sacerdotes perdonar el aborto
La interrupción del embarazo suponía hasta ahora la excomunión de los católicos
La última carta apostólica del Papa autoriza a los curas a absolver del pecado del aborto a quienes lo confiesen y se arrepientan. La instrucción evidencia la nueva sensibilidad del Vaticano, que va más allá del aborto. También insiste en la comprensión y la acogida en la Iglesia de los divorciados.
Francisco, en una carta apostólica, insiste en la comprensión y la acogida en la Iglesia de los divorciados
Las reformas de Francisco no afectan, por ahora, al núcleo doctrinal de la Iglesia católica, pero su nueva sensibilidad pastoral está introduciendo cambios muy significativos en la percepción de millones de fieles. En su letra apostólica Misericordia et misera, hecha pública ayer, Francisco estableció que, a partir de ahora, los sacerdotes podrán absolver del pecado del aborto a quienes lo confiesen y se arrepientan.
La letra apostólica, un documento de 21 páginas, ha sido la rúbrica del jubileo extraordinario de la Misericordia, que concluyó el domingo, simbólicamente, al cerrarse la puerta santa de la basílica de San Pedro.
El Papa advirtió, no obstante, que la misericordia “no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia” sino que debe marcar siempre su modo de actuar. De ahí que decidiera actuar sobre el aborto, uno de los pecados más graves que puede cometer un católico, tanto es así que implica una automática excomunión, y los curas necesitaban hasta ayer de la autorización previa de los obispos para perdonarlo durante las confesiones. En el pasado año jubilar, el Papa ya dio poderes a los sacerdotes para perdonar por su cuenta a los abortistas, tanto a las mujeres que se sometan voluntariamente a la interrupción de su embarazo como a los médicos y personal sanitario que las asistan. Con la carta apostólica, ese permiso se extiende por tiempo indeterminado.
La decisión de Francisco supote ne un matiz pastoral de envergadura, si bien la condena formal –y moral– del aborto se mantiene rotunda. “Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente”, aseguró el Papa, que puntualizó: “Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre. Por lo tanto, que cada sacerdo- sea guía, apoyo y alivio a la hora de acompañar a los penitentes en este camino de reconciliación especial”.
Si el gesto del Papa sobre el aborto puede interpretarse como otra concesión de apertura a los sectores católicos más progresistas –o menos rigoristas–, la carta apostólica incluyó una decisión destinada a congraciarse con los reductos intransigentes. Así, Francisco amplió la autorización a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X –seguidores del ultraconservador Marcel Lefebvre– a confesar a los fieles que frecuentan sus iglesias, algo que ya podían hacer durante el jubileo. Jorge Mario Bergoglio justificó esta medida “por el bien pastoral de estos fieles, y confiando en la buena voluntad de sus sacerdotes, para que se pueda recuperar, con la ayuda de Dios, la plena comunión con la Iglesia católica”. Francisco no trata a los lefebvrianos como cismáticos sino como un sector que se ha alejado pero que es invitado permanentemente a volver al redil.
En otro punto de la carta apostólica, el Pontífice abordó la problemática de las familias. Aunque sin citar la palabra divorcio o divorciados, estaba implícita su alusión a los cambios que, como consecuencia del último sínodo, se han introducido en el trato de los divorciados vueltos a casar. Estos podrán ser autorizados a comulgar, tras el estudio caso por caso y después de un periodo de peni-
tencia. Según Francisco, “la belleza de la familia permanece inmutable, a pesar de numerosas sombras y propuestas alternativas”. El Papa reconoció que la promesa de fidelidad delante de Dios “a menudo se interrumpe por el sufrimiento, la traición y la soledad”. Para Francisco, el reciente jubileo “nos ha de ayudar a reconocer la complejidad de la realidad familiar actual”. “La experiencia de la misericordia nos hace capaces de mirar todas las dificultades humanas con la actitud del amor de Dios, que no se cansa de acoger y acompañar”.
Bergoglio pidió a los sacerdotes que tengan en cuenta las circunstancias de cada persona, de modo generoso, “sin excluir a nadie, sin importar la situación que viva”, para que pueda ser acogido en la Iglesia y “participar activamente en la comunidad”.
Está por ver cómo será recibido el nuevo aperturismo del Papa respecto al aborto por los ámbitos eclesiásticos que se hallan más en guardia y que están ya muy molestos por los cambios con relación a los divorciados vueltos a casar.
No se ha apagado en Roma todavía el eco por la carta enviada a Francisco por cuatro cardenales conservadores –los alemanes Walter Brandmüller y Joachim Meismer, el estadounidense Raymond Burke y el italiano Carlo Caffarra– en la que interpelaban al Papa, en términos muy severos, sobre la apertura a los divorciados. Los purpurados –que por edad o por decisión de Francisco ya no ocupan cargos influyentes– pedían al Pontífice aclaraciones a sus dudas y a las de muchos sacerdotes y creyentes, quienes, según ellos, contemplan las nuevas normas con “incertidumbre, confusión y desconcierto”. Los cardenales contestatarios se preguntaron en la misiva si el adulterio había dejado de ser un pecado grave y contraponían las nuevas instrucciones pastorales del Papa argentino con la encíclica Veritates splendor (1993), de Juan Pablo II. Es decir, planteaban veladamente la incorrección y la ruptura sobre la doctrina vigente.
Los cuatro cardenales mandaron su carta el pasado septiembre. Al no recibir respuesta de Francisco, la hicieron pública hace pocos días, lo que provocó un pequeño seísmo en el Vaticano y puso en evidencia las resistencias que encuentra este pontificado.
El Papa les contestó, de pasada, durante una entrevista que se publicó el pasado viernes en el diario de los obispos italianos, Avvenire. Francisco no estuvo demasiado diplomático. Dijo –sobre sus críticos– que “algunos siguen sin comprender, o blanco o negro, aunque en el flujo de la vida se debe discernir”.
El Pontífice añadió que en el caso de los divorciados, como en el acercamiento a la Iglesia protestante, simplemente se está dando forma al Concilio Vaticano II, el cual, como sucede con todos los concilios, necesita un siglo para ponerse en práctica, por lo tanto “estamos a la mitad”. A algunos de quienes le critican les reprochó hacerlo de modo deshonesto, con un “espíritu malvado, para fomentar la división”.