La Vanguardia (1ª edición)

Estrés postraumát­ico

- Miguel Ángel Aguilar

Miguel Ángel Aguilar relaciona la victoria de Trump con las fases del duelo: “En un estudio clásico de Elisabeth Kübler-Ross se describen las cinco fases de la reacción que adoptan quienes se ven confrontad­os por el surgimient­o de un fenómeno como el de la victoria de Donald Trump, que son: negación, ira, negociació­n, depresión y aceptación”.

Encerrado en su torre, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, parece vivir ajeno a la ley de la gravitació­n universal en una ingravidez que se nos hace insoportab­le porque somos incapaces de comprender cómo, tras la victoria del día 8, en vez de iniciar una desactivac­ión de los disparates de la campaña prosigue desbarrand­o con nombramien­tos de pésimo agüero, yuxtapone el círculo familiar al del equipo de colaborado­res que ya están preconizad­os como nuevos responsabl­es y evita separar el área de sus negocios de forma que la gestión de los mismos en modo alguno interfiera con la de los asuntos públicos. A esa voz que clamaba indomable contra el Washington corrupto le empieza a ser de aplicación aquello de dime de qué presumes y te diré de qué careces.

En un estudio clásico de Elisabeth Kübler-Ross se describen las cinco fases de la reacción que adoptan quienes se ven confrontad­os por el surgimient­o de un fenómeno como el de la victoria de Donald Trump, que son: negación, ira, negociació­n, depresión y aceptación. Esta última fase, la de la aceptación, puede estar impregnada de resignació­n abandonist­a o de euforia aplaudidor­a por parte de quienes actúan conforme al discurso de la servidumbr­e voluntaria, en plena concordanc­ia con la villanía que Don Quijote atribuye a quienes gritan “¡viva quien vence!”.

En paralelo, una pléyade de exégetas, que ya están dando la barrila, pugnarán a toro pasado por explicar que a Trump le correspond­ía ganar y por atribuir a sus propuestas, por ejemplo en política exterior, la racionalid­ad de la que carecen, abstrayénd­ose de las consecuenc­ias de desconfian­za que ya están desencaden­ando. Porque las palabras de Trump han sido y son palabras armadas, muy adecuadas para la preparació­n dialéctica que precede a los conflictos abiertos mediante la siembra del odio en dosis suficiente­mente venenosas.

Señala certero Hans Magnus Enzensberg­er en su libro Ensayos sobre las discordias que “cuanto más intensamen­te se defiende y cuanto más se amuralla una civilizaci­ón frente a una amenaza exterior, menor será lo que finalmente quede por defender”. Los muros de Berlín, de Israel o de Donald Trump lo prueban.

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