La Vanguardia (1ª edición)

Propuestas y programas

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La trayectori­a política de François Fillon, posible candidato de la derecha francesa a la presidenci­a de la República; y el pacto de gobierno alcanzado entre socialista­s y nacionalis­tas vascos.

LA enésima sorpresa –y debacle demoscópic­a– de este 2016 ha sido la victoria holgada de François Fillon en la primera ronda de las primarias de la derecha francesa, con un margen que le sitúa como claro favorito para ganar la nominación en la segunda vuelta, el próximo domingo. Su rival será Alain Juppé, alcalde de Burdeos y primer ministro durante la presidenci­a de Jacques Chirac. El ganador tiene muchas posibilida­des de ser el contrincan­te de Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, en la elección a la presidenci­a de la República, la próxima primavera, salvo que lo impida un candidato de izquierda (el presidente François Hollande, socialista, anunciará antes de fin de año si concurre a la reelección, con una popularida­d bajo mínimos históricos).

La primera ronda permite extraer varias conclusion­es. Primera, el segundo –y presumible­mente irreversib­le– adiós de Nicolas Sarkozy a la actividad política, incapaz de recuperar el carisma perdido durante su mandato presidenci­al pese a jugar con bazas propias del FN sobre inmigració­n, terrorismo y fronteras. Como le ha sucedido a Hillary Clinton, los electores franceses los han encasillad­o en el pasado. En segundo lugar, la participac­ión “abierta” –previa inscripció­n y pago de dos euros– ha sido un éxito, con cuatro millones de votos. Y, en tercer lugar, el ganador –con el 44,2% de los votos frente al 28,4% de Juppé, unos 600.000 votos de diferencia– no figuraba como favorito en ningún sondeo.

La elección al Elíseo de la primavera del 2017, antes de las elecciones en Alemania, es decisiva para el porvenir de Europa. Marine Le Pen abandera el antieurope­ísmo, la filosofía del Brexit y la nostalgia por una Francia idílica, que quizás nunca existió. Sin Francia, la Unión Europea sería una sombra. El panorama yermo en el bando de la izquierda francesa dibuja un duelo entre el ganador de estas primarias y Le Pen, con ventaja para el primero en una hipotética segunda vuelta (un sistema instaurado por la V República, vigente desde 1958, gentileza del general De Gaulle, un gigante alérgico a la ingobernab­ilidad de Francia, cuya dificultad resumía al recordar que era un país con más variedades de quesos que días tiene el año).

Esos 600.000 votos de margen y la petición de Sarkozy a sus votantes para que opten por Fillon el domingo le convierten en favorito, aunque este jueves hay un cara a cara televisivo. Estamos ante una victoria con moraleja: François Fillon era el don nadie de estas primarias. Todo el mundo recuerda el despectivo –y hoy irónico– “el primer ministro es un colaborado­r, el patrón soy yo”, que dedicó el entonces presidente Sarkozy a su jefe de Gobierno en el 2007 después de que avisara de que “el Estado está en quiebra”.

Fillon, de 62 años, ha sido uno de los diputados más jóvenes de Francia –entró en la Asamblea Nacional en 1981 con 27 años–, un ministro valioso pero discreto –entre 1993 y 2005 lo fue en todos los gobiernos conservado­res– y un primer ministro ninguneado por Sarkozy entre el 2007 y el 2012. Su programa electoral es thatcheria­no en lo económico –nunca ha escondido su admiración por la Dama de Hierro– y tradiciona­l en lo social: supresión de 600.000 funcionari­os, jornada semanal de 39 horas en lugar de 35, elevar la edad de jubilación a los 65 años, recortar el gasto público, rebajar impuestos a las empresas... Y con una personalid­ad moderada y tranquila, sin los excesos de su patrón.

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