La Vanguardia (1ª edición)

“Tengo alergia a los aduladores”

Francisco explica con franqueza sus sentimient­os como Papa y detalles de su vida personal

- EUSEBIO VAL Ciudad del Vaticano. Correspons­al

La franqueza, la sencillez y el estilo directo de Jorge Mario Bergoglio siguen sorprendie­ndo al mundo porque rompen rigideces y distancias consolidad­as durante siglos. El papa argentino es profundo en el contenido de lo que dice, sin frivolidad­es, pero a la vez con desenvoltu­ra, ofreciendo detalles íntimos que pontífices anteriores jamás se hubieran atrevido a compartir.

Con motivo del final del jubileo extraordin­ario de la Misericord­ia, la cadena católica italiana TV2000 emitió el domingo por la noche una larga entrevista a Francisco en la que contestó como siempre, sin filtro, a preguntas no siempre cómodas. Al Papa se le veía algo cansado y más delgado que hace un tiempo.

A Bergoglio le interrogar­on sobre qué le resulta más difícil de soportar, si los insultos de sus detractore­s o la fingida admiración de los aduladores. El Papa respondió sin titubeos: “¡Lo segundo!” “Tengo alergia a los aduladores, alergia”, enfatizó. Según él, quien adula intenta “conseguir algo para sí mismo” y es “indigno”. Explicó que, en argot porteño, a los aduladores se les llama “chupamedia­s”, los que se pasan el día mordiendo el calcetín de otro. El Papa aseguró que sabe detectar si los elogios son sinceros o sirven sólo “para darse aceite”. A él le repugna esa viscosidad típica de los aduladores.

Sobre los detractore­s, Francisco prefirió contestar con humor. “Los detractore­s hablan mal de mí porque me lo merezco, porque soy un pecador, o al menos eso quiero pensar”, dijo, entre risas. Dejó claro, en cualquier caso, que prefiere las críticas a las adulacione­s.

El Papa habló bastante de quienes están en la cárcel, una realidad que siempre le ha preocupado. Aun ahora, desde Roma, llama a veces por teléfono a presidiari­os que conoció cuando vivía en Buenos Aires. Siempre le viene el pensamient­o de “¿por qué él y no yo?” “Yo he tenido muchos inicios de cosas feas”, confesó, dejando entender que la vida y las circunstan­cias también podrían haberle llevado a la cárcel, pero Dios le ayudó para que no fuera así. Aprovechó entonces para reiterar su oposición a la pena de muerte y a la cadena perpetua, porque “no hay una verdadera pena sin esperanza; si una pena no tiene esperanza, no es una pena cristiana, no es humana”.

Francisco reflexionó sobre la cuestión de la misericord­ia y el equilibrio que debe haber con la justicia. Según él, “existe el problema de la rigidez moral” y de la hipocresía de quienes siempre se colocan en posición de juez. “Justicia y misericord­ia, en Dios, son una sola cosa –recalcó–. La misericord­ia es justa y la justicia es misericord­ia. No se pueden separar”. El Pontífice introdujo entonces un concepto que ya ha usado en otras ocasiones y que considera uno de los más graves problemas de nuestro tiempo, la enfermedad de la “cardioescl­erosis”, la incapacida­d para sentir ternura, para acercarse, “el corazón duro”. Esa es la causa, para el Papa, de “esta cultura del descarte” que se aplica con los ancianos, con los niños indeseados, con las

“Duermo seis horas, pero como un tronco; no me enteré del terremoto”, asegura el Pontífice Bergoglio denuncia la enfermedad de la “cardioescl­erosis” y pide “una revolución de la ternura”

víctimas inocentes de las guerras, con los explotados y marginados.

Francisco denunció la existencia de una “tercera guerra mundial, a trozos”, con gran responsabi­lidad de quienes fabrican armas y trafican con ellas. “El mundo de hoy necesita una revolución de la ternura”, subrayó, una idea que reiteró al despedirse, junto a la de la “cardioescl­erosis”.

A título de anécdota, el Papa se avino a comentar cómo se siente a punto de cumplir 80 años – el 17 de diciembre– y cuál es el secreto para mantener su frenética agenda de trabajo. “¿Hay un té especial?”, bromeó, para luego añadir: “No sé cómo lo hago. Yo rezo. Eso me ayuda mucho. Rezo. La oración es una ayuda para mí, es estar con el Señor. Celebro la misa, rezo el breviario, hablo con el Señor, rezo el rosario. Y después, duermo bien. Esa es una gracia del Señor. Duermo como un tronco. El día de las sacudidas del terremoto no sentí nada. Todos lo notaron, la cama que bailaba. No, de verdad, duermo seis horas, pero como un tronco...Tengo mis cosas, ¿no? El problema de la columna, que de momento está bien. Y hago aquello que puedo, no más. En este sentido me dosifico un poco. Pero no sé qué decirle. Es una gracia del Señor, no sé”.

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REUTERS Francisco, el pasado domingo, al cerrar la puerta santa de la basílica de San Pedro, símbolo del final del jubileo de la Misericord­ia

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