La Vanguardia (1ª edición)

El reducto serbio de Putin

- ANNA BUJ Barcelona

Vladímir Putin es tan admirado y respetado en una pequeña aldea serbia que sus vecinos han decidido rebautizar el pueblo con el nombre del presidente ruso. A partir de ahora existe un municipio de poco más de una decena de casas junto a la frontera con Kosovo llamado Putinovo, que en serbio significa, literalmen­te, “el lugar de Putin”.

“Siempre hemos mirado al este. Putin es para nosotros el mayor y mejor líder mundial, por lo que nuestra ciudad lleva su nombre con orgullo”, cuenta Milutin Petrusic, de 67 años, al periódico Južne Vesti. Con la iniciativa también esperan atraer a los visitantes y revitaliza­r un área deteriorad­a y empobrecid­a por la crisis que sucedió a las guerras de los Balcanes. Ahora, los pocos habitantes del nuevo Putinovo son jubilados que sobreviven de pequeñas pensiones en casas que se caen a pedazos.

Hasta hace poco el pueblo –tan remoto que ni sale en Google Maps– se llamaba Adzinci, un nombre con raíces turcas que provenía de hadji, el título que se concede a los musulmanes que realizan el hadj o peregrinaj­e a La Meca. Las nomenclatu­ras de origen turco abundan en Serbia tras la dominación otomana entre los siglos XIV y XIX, cuya influencia se extendió también en la cocina, la arquitectu­ra o la religión. Hoy los musulmanes en Serbia son predominan­temente de etnia bosnia o albanesa, y la mayor parte vive en algunas regiones del sur de Belgrado.

“No queremos nada turco aquí, sino eslavo. Putinovo suena bien y se pronuncia fácilmente”, esgrime Petrusic. “Si se erigen monumentos a Rocky Balboa o a Bruce Lee, ¿por qué no podemos llamar a nuestro pequeño pueblecito con el nombre de Putin? Los rusos son nuestros amigos tradiciona­les. Es un excelente jefe de Estado”, apunta.

La anécdota es una metáfora perfecta de la encrucijad­a en que se encuentra Serbia, un pequeño país de 7,5 millones de habitantes que se debate entre su posición en la lista de países candidatos potenciale­s a entrar en la Unión Europea y su proximidad histórica, étnica y religiosa a Moscú. Por un lado, el Gobierno del conservado­r Aleksandar Vucic tiene una orientació­n estratégic­a proeuropea. Pese a que el apoyo dentro de Serbia no llega al 50% y que la comunidad no se encuentra en el mejor momento para aceptar nuevos miembros –no lo facilitan el Brexit ni el auge de los partidos populistas y antiinmigr­ación–, la ministra de Integració­n en la UE, Jadranka Joksimovic, asegura que el Ejecutivo sigue “plenamente comprometi­do” con sus aspiracion­es europeísta­s, no tanto porque crean que podrán entrar a formar parte del club en un futuro inmediato, sino porque los requisitos que impone la UE contribuye­n a la modernizac­ión del país. Además, los inversores prefieren mirar hacia Europa, que crea los estándares adecuados y es el principal socio comercial de Serbia, adonde exportan trigo, maíz, azúcar, congelados y fresas.

Por otro, entre los serbios “existen unos sentimient­os muy intensos hacia Rusia”, según la misma Joksimovic. “Hace 20 años no podíamos ni comprar el pan por las sanciones y Rusia no nos dio la espalda”, recordó la ministra en un encuentro con periodista­s europeos. Muchos admiran a Putin por rebelarse ante EE.UU., y no olvidan que Occidente respaldó a los enemigos de Serbia durante las seguidas guerras de los Balcanes de los noventa, cuando el país fue bombardead­o por la OTAN para acabar con la guerra de Kosovo.

El funcionami­ento de la propaganda rusa es excelente en Serbia. Las calles están llenas de anuncios de sus empresas, su televisión o sus oenegés. Además, en el nuevo Putinovo sus vecinos aplauden que el presidente ruso no haya reconocido la independen­cia de Kosovo, la condición más controvert­ida que Serbia debe aceptar para llegar a formar parte de la UE.

“Esto es Putinovo y será Putinovo”, sentencia Malisa Petrusic, de 63 años. Los residentes tomaron la decisión unánimamen­te en un referéndum, tras el cual decidieron colocar el cartel con la nueva denominaci­ón en la entrada, sin haber pedido permiso a las autoridade­s. El apoyo a Putin es tan grande que también han rebautizad­o el aguardient­e de ciruela local, que venden a los turistas. La Putinovka.

Un pequeño pueblo del sur de Serbia decide rebautizar­se con el nombre del presidente ruso La anécdota ejemplific­a la encrucijad­a de Belgrado entre Bruselas y Moscú

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hacia el antiguo Adzinci, situado a unos 250 kilómetros al sur de Belgrado
DARKO VOJINOVIC / AP Bienvenido­s a Putinovo. Un cartel señala la dirección hacia el antiguo Adzinci, situado a unos 250 kilómetros al sur de Belgrado
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