La Vanguardia (1ª edición)

Una belleza serena

FRANCESC TODÓ GARCIA (1922-2016) Pintor

- JOSEP PLAYÀ MASET

El simple hecho de que hace más de medio siglo, en 1961, un grupo de intelectua­les de la relevancia de Carles Barral, Pere Quart, Salvador Espriu, Joan Perucho, Gabriel Ferrater, Gabriel Celaya, Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo publicaran un poemario titulado Homenaje a Todó, dedicado al artista Francesc Todó e ilustrado con sus propios grabados, dice mucho del respeto y la admiración que despertaba entre su generación. Y también del alto sentido de la amistad que tenía.

Francesc Todó Garcia había nacido en Tortosa en 1922, pero a los nueve años su familia se trasladó a Barcelona para facilitar que los cuatro hijos pudieran tener carrera universita­ria. Y excepto breves estancias en el extranjero, ha vivido toda la vida entre Cadaqués y Barcelona, ciudad donde murió este domingo, el día antes de cumplir los 94 años.

Estudió en la Llotja y en 1946 exponía por primera vez en la sala Vinçon. Dos años más tarde lo hacía en el I Salón de Octubre en las Galerías Layetanas, que representó la eclosión de una serie de artistas como Modest Cuixart, Antoni Tàpies, Maria Girona, Ramon Rogent y Albert Ràfols-Casamada, uno de sus grandes amigos. En 1952 ganó el premio de grabado Rosa Vera y en 1954, el especial de dibujo del Tercer Salón del Jazz. Una beca le permitió en 1954 viajar por Francia, Bélgica, Holanda y Gran Bretaña. Y a partir de estos momentos empieza a exponer en muchas otras ciudades como Madrid, París, Palma, Bilbao, Valencia, Illinois, Cale, Bogotá y México. Hizo las escenograf­ías de Una voce in off, de Xavier Montsalvat­ge (1962), y del Bestiari, de Joan Oliver (1972). El crítico Àlex Mitrani afirma que Todó en lugar de asumir tendencias mayoritari­as “prefirió ir a la fuente cezaniana para hacer una pintura sintética, esencial, pero consistent­e y estructura­da”. Y pronto se decantó por “una figuración que mostraba rasgos de un ingenuismo delicado, hedonista y alegre”. Hacia 1957 entra en la etapa del maquinismo, que lo acerca a un arte social, recibido con entusiasmo por críticos como Josep Maria Castellet. Hacia los 70, su obra evoluciona hacia formas más íntimas y suaves, aunque recupera el diálogo con las vanguardia­s. “Por su contención –decía Mitrani en la retrospect­iva que se le hizo en el 2015 en Tortosa–, por la herencia cubista y la inspiració­n mediterrán­ea, mesurada y contenida, se ha podido hablar de Todó como de un continuado­r del noucentism­e, pero su poética es más íntima que cívica, es más sensible que racional, es más musical que pedagógica. Pertenece a la genealogía de Morandi o de Ben Nicholson más que a opciones bienintenc­ionadas pero adoctrinad­oras o rupturista­s”.

Su primera mujer murió cuando tuvo a su hijo Joan. Más tarde Todó se casó con Isabel Garrigues, que siempre le ha apoyado en su actividad artística, y tuvieron otro hijo, Oriol. Fue este quien en una ocasión dijo que siempre recordaría de su padre aquellas mañanas en que al despertars­e en Cadaqués lo oía en la habitación del lado mientras pintaba y escuchaba de fondo la música de Schubert. Y añadía: “Cuando venían visitas, por la mañana, decía: ‘Shhh, no habléis fuerte, que Oriol duerme’”.

Su sobrino Lluís Maria Todó ha escrito que la pintura del tiet Paco es en el fondo una indagación sobre la realidad, sobre la vida y la muerte de las cosas, mucho más rigurosa y mucho más honda de lo que puede parecer, aunque con un deje nostálgico. Añade que desde otro ángulo se puede ver también “como la evocación de un momento en que este país era indudablem­ente más inteligent­e y más bello que ahora”.

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CEDIDA POR EL AYUNTAMIEN­TO DE TORTOSA / ACN

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