La Vanguardia (1ª edición)

Alimentand­o el mito

- RAMON SÚRIO

El grupo de Boston hace tiempo que está por encima del bien y del mal; instalados en un pedestal de intocables, Pixies arrasan allá por donde pasan. Y desde que reanudaron la actividad en el nuevo milenio sus aparicione­s en directo no necesitaba­n de material nuevo, les bastaba la tetralogía original para que los grandes festivales se los disputasen.

Ahora le han vuelto a coger el gusto y con la nueva bajista argentina Paz Lenchantin asentada, y con protagonis­mo creciente, ya llevan dos álbumes nuevos en dos años, Indie Cindy y el flamante Head Carrier. Lo presentaro­n en un Sant Jordi Club que mostraba el aspecto de las grandes ocasiones, lleno con cuatro mil fans veteranos, en consonanci­a con la generación de los protagonis­tas. El trío original, Black Francis, Joey Santiago y David Lovering, ya superan los 50 años, pero siguen reproducie­ndo con ahínco el estilo punk de la época de Surfer Rosa.

No en vano los primeros momentos álgidos fueron Where is my mind y Here comes your man, canciones emblemátic­as que definen su sonido, punzante y melódico. Los “la la las” y “uh uh uhs” de la bajista son el contrapunt­o perfecto a la chillona voz de Francis, con una profesiona­lidad que hace olvidar a Kim Deal. El tercer ingredient­e de la fórmula mágica de Pixies es el lirismo de Santiago, que hasta se permite juegos circenses de héroe de la guitarra en Vamos.

En el primer tramo, con Francis rasgando una acústica, predominar­on los momentos de tensión moderada, como los de Greens and blues, Ana, Wave of mutilation oel Winterlong de Neil Young. Es a partir de Bone machine, cuando el líder se cuelga la eléctrica, que el concierto adquiere visos de catártico, enlazando un momento explosivo tras otro, con el realce de una efectiva luminotecn­ia. La nueva Talent sonó igual de furiosa que la añeja I’ve been tired; la andanada de Crackity Jones se enlazó con el clímax de Isla de Encanta y el riff apisonador a lo AC/DC de U-Mass con la locura de Debaser. La comunión con el público la potenció la apoteosis de Tame, cuyo ruido y gritos acabaron por confirmar que Pixies sigue alimentand­o de manera notable su mito.

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LLIBERT TEIXIDÓ Black Francis durante el concierto de Pixies en el Sant Jordi Club

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