La Vanguardia (1ª edición)

Odio en la ciudad del amor

Hasta hace quince años, el Chievo fue un equipo pequeño que no amenazaba el dominio del Hellas Verona; pero las tornas han cambiado

- Rafael Ramos

El balcón de la casa de Julieta es la atracción turística más visitada de la ciudad, pero en Verona hay también mucha inquina y mucha mala leche. El amor queda para la literatura, ya sea Shakespear­e o Corín Tellado. En el fútbol no hay te quieros (excepto para las estrellas del propio equipo, y sólo cuando se portan bien), ni poemas, ni corazones rojos. Rojas son sólo las tarjetas.

Una visita futbolísti­ca a Verona, en la región italiana del Veneto, sirve para desmitific­ar algunas cosas. Para empezar, que las únicas familias con pedigrí en la historia de la ciudad fueron los Capuletos y los Montescos, güelfos y gibelinos, seguidores de la Casa de los Welfen y de los Hohenstauf­en en la batalla medieval por el poder entre el Pontificad­o y el Sacro Imperio Romano Germánico (si se escribe sobre fútbol, Alemania siempre aparece en el horizonte de una manera o de otra). También están los Scaglieri, signori de la urbe entre los años 1260 y 1387.

Pero así como Montescos y Capuletos no dejaron más legado que el baño de sangre y la historia de amor sin final feliz de la obra teatral de Shakespear­e, la impronta de esta otra dinastía sigue presente siete siglos después en el fútbol, y eso que por aquel entonces ni siquiera existía. Al Hellas Verona, principal equipo de la ciudad, se le llama los scaglieri ,y sus partidos contra el Chievo son conocidos como el derbi della scala (que no tiene nada que ver con la ópera y no es el de Milán, como podrían pensar ingenuamen­te los lectores más interesado­s en la cultura que en el balón).

El derbi della scala no es de los más feroces que existen en el mundo y se juega delante de tan sólo 38.000 espectador­es, todos los que caben en el Estadio Municipal Bentegodi, que comparten ambos clubs. Pero tiene el valor añadido de que son ocasiones históricas, porque raramente ambos equipos han coincidido en la misma categoría (en la actualidad el Chievo es décimo de la serie A y el Hellas es líder de la serie B, lo cual hace posible que se vean las caras el año que viene).

La rivalidad en Verona es una cuestión identitari­a. El Hellas es el equipo histórico, fundado por un grupo de estudiante­s de griego (de ahí el nombre) en 1903, con doce mil abonados y ganador del scudetto en la temporada 84-85, gracias a los goles de una delantera mítica con Fanna, Di Gennaro, Galderisi y el danés Elkjaer. El Chievo, de un pequeño suburbio a cinco kilómetros del centro, nació más tarde, en 1929, y durante décadas permaneció en las categorías inferiores, siendo algo así como el Europa o el Sant Andreu con relación al Barça. Ninguna amenaza. Hasta que cambió sus colores LANEROSSI VICENZA Aunque el Hellas está en serie B y el Chievo en serie A, los mastini miran a su rival con desprecio, por encima del hombro, como unos advenedizo­s. Consideran como su gran rival al Vicenza, una ciudad a 25 kilómetros de Verona, cuyo equipo fue fundado en 1902 y salvado de la bancarrota por la firma textil Lanerossi, que dio nombre al club entre 1953 y 1990, mucho antes de que fuera habitual que los equipos llevaran el apellido de patrocinad­ores. Los años sesenta y setenta fueron los más gloriosos del Lanerossi Vicenza, en cuyas filas jugó Paolo Rossi. Sus partidos contra el Verona constituye­n el derbi del Véneto. azul y blanco por el azul y amarillo (los mismos de su rival, que son los de la ciudad), adoptó como escudo una imagen del príncipe medieval Cangrande della Scala y fue autorizado a utilizar el estadio Bentegodi para los partidos de casa. Una auténtica usurpación, según como se mire, que culminó con el ascenso a la serie A y la clasificac­ión para la Champions League hace una década. Hasta ahí podríamos llegar...

“Los burros volarán antes de que en Verona haya un derbi”, solía decir una pancarta de los tiffosi del Hellas en la curva sud del campo, antes de que el Chievo consiguier­a el ascenso a la máxima categoría en el 2001. De ahí que el mote del equipo sea los burros voladores y de manera más despectiva los chinos, porque para sus rivales constituye­n una imitación barata del equipo que se considera a sí mismo el representa­nte de la historia y de la tradición. De hecho, entre sus fanáticos (los mastines) hay un sector neofascist­a, racista y xenófobo, que en los años noventa hacía ondear esvásticas en las gradas, se negaba a aceptar jugadores negros en el equipo y llegó a ahorcar un maniquí que representa­ba a una persona negra. Más de un político de moda hoy en día les habría aplaudido...

A partir de aquí, mejor que los más mojigatos dejen de leer, porque la historia de amor veronesa se convierte en un trío con todas las de la ley, con el Virtus Verona como tercero en discordia. Y aunque milita en la serie D italiana, deportivam­ente no es rival de los dos grandes y su modesto estadio Gavagnin sólo tiene capacidad para cuatro mil espectador­es, intelectua­lmente es un bastión contra la ultraderec­ha y la discrimina­ción de todo tipo, un defensor de la integració­n social y la antítesis del Hellas.

Shakespear­e era un genio, Julieta un encanto y Romeo un chico estupendo. El amor está muy bien, pero en el fútbol manda el espíritu de los Capuletos y Montescos, de las rivalidade­s ancestrale­s, vendettas, inquinas y odios atávicos. El Barça y el Madrid juegan el 3 de diciembre...

Los ‘scaglieri’ (Hellas) tienen un ‘scudetto’, pero los ‘burros voladores’ han jugado la Champions

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DINO PANATO / GETTY Filip Helander (izquierda), del Hellas, disputa un balón con Roberto Inglese, del Chievo
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