Trump rompe su promesa de perseguir a Clinton por los e-mails
El presidente electo se olvida de su proclama como candidato “Ella debe ir a la cárcel”
Donald Trump no actuará contra Hillary Clinton por el caso de los e-mails, como aseguró prácticamente en todos sus mítines cuando era candidato. Trump admitió que eso sería “muy divisivo para el país”.
La ultraderecha, los neonazis que festejan el resultado del 8-N al grito de “Hail Trump, hail victory!” –oído el pasado fin de semana en una reunión celebrada en Washington–, se llevaron a ayer un disgusto capital.
El grito de guerra que unió a muchos trumpistas, el “lock her up”, el “encierra a Hillary Clinton” que se coreaba en los mítines, quedará sin efecto. El equipo del presidente electo, que tantas veces proclamó como candidato que “ella debe ir a la cárcel”, zanjó esta opción al afirmar que Trump no desea reabrir la investigación sobre los e-mails cuando ella dirigía el Departamento de Estado.
“Promesa rota”, tituló de inmediato el sitio web Breibart, nido de nacionalistas blancos que ha tenido un papel relevante en la campaña del magnate y máximo promotor de la “africanidad” del presidente Barack Obama.
Donald Trump hará caso omiso del lema que unió a sus huestes. Igual que lo alimentó, ahora lo entierra. En no pocas ocasiones aseguró que, de ganar, nombraría un fiscal especial para perseguir a Clinton y a su fundación. Calificó la trama de “peor que el Watergate”, el caso de espionaje a los demócratas que acabó de forma abrupta con la presidencia del republicano Richard Nixon.
“Borró miles de e-mails y sigue en libertad”, reiteró Trump para satisfacción de sus entusiastas. “Sólo quiere ser presidenta para no ir a al presidio”, insistió.
“No puedo garantizar que el presidente electo no perseguirá algunas de las posiciones que ha anunciado”, declaró Obama el domingo en Lima en su última rueda de prensa internacional. “Pero puedo garantizar que la realidad le obligará a ajustarse al afrontar muchos asuntos”.
En esta línea Kellyanne Conway, exjefa de la campaña de Trump y una de sus asesoras, se encargó de dar a conocer “el perdón” a Clinton. “Creo que está pensando en cosas muy diferentes mientras se prepara para ser presidente y las cosas que suenan a campaña no figuran entre estas”, sostuvo en la MSNBC.
Tras subrayar que “Hillary Clinton todavía se enfrenta a que la mayoría de los norteamericanos no confían en ella” –algo no del todo cierto: la demócrata sacó casi dos millones de votos a Trump–, Conway ensalzó la magnanimidad de su jefe. “Si puede ayudarle a sanar, entonces tal vez es una buena acción”, sentenció.
En una entrevista con The New York Times, mantenida a primera hora de la tarde y retransmitida en la página digital del diario, Trump confesó que imputar a Clinton sería “muy divisivo para el país”. También mostró el convencimiento de que esa renuncia “no defraudará” a sus seguidores.
Sin embargo, entre las bases se empezaron a plantear si su elegido estaba rompiendo promesas.
Dictó la absolución de Hillary Clinton a las pocas horas de que él difundiera un vídeo en el que ofrece una lista de órdenes ejecutivas –a Obama lo pusieron de vuelta y media por puentear al Capitolio– para “desde el primer día restaurar nuestras leyes y recuperar puestos de trabajo”.
Una de las medidas de cabecera, una de las más repetidas en su periplo electoral por considerarla “un desastre potencial”, es la de retirar a Estados Unidos como uno de los doce países que han firmado el acuerdo de Asociación
El presidente electo rechaza ahora el grito de “encarcélala” y dice que ir contra Hillary sería “muy divisivo”
Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés). En su lugar, apuesta por tratados bilaterales “justos” que “creen empleo” dentro de Estados Unidos.
En dos minutos y medio marca una agenda sin novedades para sus 100 jornadas iniciales y en la que aboga por “cancelar las restricciones que matan puestos laborales”, lo que incluye el fracking o los recortes en la explotación del carbón.
También se centrará en reforzar la protección contra el ciberespionaje o investigar “los abusos en los programas de visados” para extranjeros que “perjudican” a los estadounidenses.
Pero los fieles de Trump, según remarcaron los analistas, echaron de menos las cuestiones que ha abanderado en estos 18 meses de campaña: el famoso muro con México, la deportación de millones de inmigrantes indocumentados, el rechazo frontal al Obamacare (la reforma sanitaria) o las iniciativas para impedir la entrada de musulmanes.
De momento, Trump se envuelve en la ocultación. George W. Bush y Barack Obama, o sus principales figuras, comparecieron a menudo en sus periodos de transición, en tanto componían sus gobierno. El actual presidente electo parece sentir alergia a las ruedas de prensa.
El principal medio para conocer su pensamiento es Twitter. Sus mensajes demuestran que se mueve a base de calentones emocionales. Ayer dejó una nueva prueba. Tenía pactado una charla con el citado The New York Times, pero como le molestó la información de portada sobre los límites constitucionales a sus negocios, canceló y arremetió contra el medio. Se lo repensó.
“La ley está de mi lado, el presidente no puede tener un conflicto de interés”, replicó sobre su imperio privado en esa entrevista. Así que, indicó, él puede continuar con lo suyo, aunque señaló que hará algo. “Iré apartándome”, señaló. Sobre el cambio climático respondió que ha de ver lo que cuesta aceptar el acuerdo de París. Habló de arreglar el tema de Siria (“tengo una visión diferente a la de los demás”) y sostuvo que su yerno, judío, Jared Kushner, puede ayudar a solucionar “el conflicto entre Israel y Palestina”, señaló.
“No es un grupo al que quiera inyectar energía”, contestó sobre la ultraderecha. Y condenó la reunión neonazi del pasado fin de semana en Washington.
Ya es algo. En su cuenta de Twitter, incendiaria contra el alegato integrador de los actores del musical Hamilton, no ha habido ni una crítica al “hail Trump”.