El pequeño Versalles
LA revista Paris Match reprodujo la semana pasada una fotografía del comedor del penthouse de Donald Trump en la Quinta Avenida de Nueva York donde aparece bailando con su esposa, Melania, sobre una mesa imperial. Vestidos como para ir a una fiesta de gala, se observa un decorado que parece recrear el palacio de Versalles, con una gran lámpara de cristal, candelabros de oro y sillas con sobredorados. De la misma manera que Luis XIV convirtió Versalles en el epicentro de la corte durante 33 años al trasladarse desde París, Trump ha conseguido que la vida política estadounidense se haya mudado por unas semanas de Washington a Nueva York.
El tríplex del próximo presidente de Estados Unidos está en la cumbre de un rascacielos de su propiedad que figura entre los cien inmuebles más altos de la ciudad. La Trump Tower fue construida por el millonario en 1980, aunque para levantarla hubo que derribar la tienda Bonwit Teller, cuyos bajorrelieves art déco de diosas semidesnudas no acabaron en el Metropolitan Museum como se pretendía, sino destruidos alegando cuestiones de seguridad. Se halla al lado mismo de la joyería Tiffany. Hoy, en lugar de Audrey Hepburn comiéndose un cruasán con un vestido negro a su puerta, hay decenas de periodistas haciendo guardia para ver quién entra en el inmueble, donde no sólo está la residencia, sino también el despacho del magnate. Resulta un verdadero reality show la formación de su gabinete: basta ver cómo se ponen de estupendos congresistas, senadores o gobernadores para ser recibidos en privado por si les cae un cargo.
Con Trump ha empezado un espectáculo que ya veremos cómo acaba. En el despacho del futuro presidente se rodó un concurso televisivo que él presentaba. E incluso se filmó la película de Batman titulada El caballero oscuro. Trump ha pasado de los sueños de grandeza a la grandeza de los sueños. Ojalá no se convierta en nuestra pesadilla.