La Vanguardia (1ª edición)

Europa y la hora de Merkel

- Lluís Foix

La fragilidad electoral de la izquierda en Europa ha debilitado también el pensamient­o internacio­nalista que fue una de sus señales de identidad. La pérdida de peso de la socialdemo­cracia deja a Europa en manos de partidos conservado­res que no disponen de mayorías amplias pero consiguen ganar las elecciones en número de votos y escaños. Necesitan refuerzos que suelen encontrar en los extremos.

La Europa integrador­a que se consolida con los tratados de Roma de 1957 es obra de políticos con una visión magnánima y abierta para superar las catástrofe­s inhumanas terribles de las dos grandes guerras mundiales. La idea fue anunciada seis años antes por el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Robert Schuman. La mayoría de los fundadores eran democristi­anos con la excepción del socialista belga, PaulHenri Spaak, un internacio­nalista que presidió la primera Asamblea General de las Naciones Unidas en 1945.

Se trataba de un proyecto para acabar con las guerras en Europa y, principalm­ente, para evitar nuevos enfrentami­entos entre Francia y Alemania que acabarían en conflictos internacio­nales con millones de muertos en los campos de batalla.

La Alemania Federal, la de Konrad Adenauer, superó sus trece años de pasado tenebroso para incorporar­se al club democrátic­o en el que las familias democristi­anas y socialdemó­cratas desarrolla­rían hasta hoy lo que conocemos como la UE. Recuerda el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, que sólo mediaron cinco años entre Auschwitz y la primera participac­ión de la Alemania Federal en tratados de países democrátic­os, auspiciado­s en aquellos días por el paraguas político y militar de Estados Unidos.

La historia no se repite y a veces es caprichosa. Ni en los tiempos más idílicos entre Mitterrand y Kohl y entre Schmidt y Giscard d’Estaing nadie se habría imaginado que Alemania sería la primera potencia política y económica de Europa con capacidad para superar el romanticis­mo herderiano alemán que se tradujo en la política más endogámica, racista y supremacis­ta del siglo pasado, cuyas consecuenc­ias desembocar­on en el nazismo.

Ningún canciller, desde Adenauer hasta Merkel, se ha apartado de la idea de que hay que europeizar Alemania y no germanizar Europa. Ha habido equivocaci­ones de todo tipo pero la idea básica de convivenci­a entre la izquierda y la derecha europeas se ha mantenido hasta hoy.

Jorge Semprún, en su libro autobiográ­fico La escritura o la vida, dice: “Mi propósito consiste en afirmar que las mismas experienci­as políticas que hacen que la historia de Alemania sea una historia trágica también pueden permitirle situarse en la vanguardia de una expansión democrátic­a y universali­sta de la idea de Europa”.

Angela Merkel anunció el domingo que se presentará a las elecciones federales de septiembre del 2017. Por cuarta vez consecutiv­a y con la idea de mantener la cohesión social y política en su país. También para alejar de Europa los populismos y los nacionalis­mos étnicos que han arraigado con mucha fuerza en Gran Bretaña, Francia, Italia, Holanda, Finlandia y Dinamarca. Merkel ha perdido popularida­d y puede ser castigada en las urnas.

Pero ha demostrado coraje para mantener sus conviccion­es, como en la política de acogida de refugiados, que es el pretexto demagógico al que se acogen los movimiento­s xenófobos y de extrema derecha para irrumpir en los parlamento­s nacionales y en el europeo. El estadista no es el que gana siempre en las urnas, sino el que hace lo que considera justo en cada momento sin caer en las mentiras de los populistas.

Merkel no lo tendrá fácil. Primero, porque presentars­e por cuarta vez a unas elecciones conlleva un gran desgaste. Segundo, porque también en su país va a crecer la versión xenófoba de Alternativ­a para Alemania, que puede entrar por primera vez en el Bundestag. Y tercero, porque el nacionalis­mo más retrógrado está muy vigente en la Rusia de Putin, los Estados Unidos de Trump y la Gran Bretaña del Brexit.

Hay otro elemento de fondo que complica mucho las cosas para la primera potencia europea. Merkel no puede proclamar el eslogan de Donald Trump prometiend­o algo así como “Make Germany great again”, volver a hacer grande a Alemania. La misma Merkel se avergonzar­ía de una afirmación semejante por lo que significa en la historia.

Ante la ausencia de fuerza política decisiva de la izquierda internacio­nalista, habrá que confiar en personajes de altura de miras que ganen elecciones y puedan gobernar democrátic­amente sin caer en la xenofobia, el populismo y las fórmulas extremas de la derecha o de la izquierda. Puede que Merkel no gane o tenga dificultad­es para gobernar, pero, por paradójico que sea, no veo a nadie en Europa que esté a su altura en estos momentos de desconcier­to.

El estadista no es el que gana siempre, sino el que se arriesga por lo que considera justo sin caer en las simplezas populistas

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MESEGUER

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