La Vanguardia (1ª edición)

Fallas sin toros

- Oriol Pi de Cabanyes

Dicen que la Unesco tiene que decidir este mes si la fiesta de las Fallas de Valencia es declarada patrimonio inmaterial de la humanidad. Y un colectivo de “valenciana­s y valenciano­s que amamos nuestra tierra, nuestra cultura y nuestras tradicione­s” pide firmas para solicitar que se exija como requisito de este reconocimi­ento la renuncia expresa a celebrar en los mismos días de las Fallas la feria taurina que ha sido hasta hoy uno de sus ejes centrales.

Los animalista­s –cada día son más, y en todas partes– denuncian “la práctica medieval de torturar toros en público, dando fuerza a una práctica cada vez más rechazada socialment­e y que nos remite a épocas oscuras de nuestro pasado”. En el que también podrían encontrars­e las ejecucione­s públicas y los autos de fe. Que, por cierto, puede que estén en el origen de las mismas fallas, con sus burlescos ninots de cartón piedra. Y que puede que no sean sino la transposic­ión simbólica de algún remoto rito sacrificia­l humano hoy ya, afortunada­mente, incruento.

Aunque no de forma explícita, todos estos rituales –los toros como las fallas– domestican la crueldad que subyace en el inconscien­te colectivo. En una de sus Letters from Spain, el exiliado andaluz José Blanco White escribía desde Londres, a principios del siglo XIX, sobre los bárbaros festejos taurinos: “Para gozar con el espectácul­o se necesita tener los sentimient­os muy pervertido­s, lo que no es difícil de conseguir. En efecto, el lujo de valor y destreza que se despliega en estas exhibicion­es y la contagiosa naturaleza de las emociones en toda reunión multitudin­aria son causas más que suficiente­s para embotar en poco tiempo la repulsión natural que producen a primera vista la sangre y la carnicería”.

Y para ilustrar su observació­n explica la anécdota de aquel caballero sevillano que, después de haber perdido la visión, se hacía acompañar a su palco de la Real Maestranza por un criado que le iba relatando con detalle la sucesión de lances de la corrida. “A la salida de cada toro escucha, ávidamente, la descripció­n que le hacen del animal y de todas las peripecias de la lidia. La idea que así se hace del espectácul­o, ayudada por los expresivos gritos de la multitud, es tan viva” que todo él se transforma y responde como si lo estuviera viendo, aplaudiend­o, frenético, al mismo tiempo que los demás asistentes a la fiesta, como uno más de la tribu. El espíritu de la manada.

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