La Vanguardia (1ª edición)

Rodríguez en la Casa Blanca

- Joaquín Luna

Es el signo de los tiempos: después de despotrica­r durante meses de los latinos, Donald Trump será el 20 de enero del 2017 un Rodríguez. Y vivirá de Rodríguez seis meses en la Casa Blanca hasta que su hijo Barron, de 10 años, termine el curso en Manhattan. –¿Ya te apañas? –Tranquila, Melania. Aquí me lo hacen todo, pero añoro Nueva York.

–¡Menudo peligro tienes tú suelto por Washington DC!

–Sweetheart, ¡si no me acabo lo que tengo en casa!

Le guste o no, el señor Trump será un Rodríguez. El Gobierno de España, reino que inventó los Rodríguez, debería exigir al presidente de Estados Unidos que ejerza con dignidad y cumpla y haga cumplir las leyes del Rodríguez, figura en vías de extinción que tantas noches de gloria ha dado a la fauna ibérica. A saber:

–El Rodríguez siempre se las apaña con las cenas, descuida el cambio de sábanas y se olvida de regar las flores. Este punto puede ser conflictiv­o, Mr. President: recuerde que la Casa Blanca tiene una rosaleda legendaria.

–El Rodríguez siempre “echa de menos” a su pareja y así está obligado a expresarlo en toda conversaci­ón telefónica aunque sea a cobro revertido (¿aún existe el collect call?).

–El Rodríguez es propenso a exagerar: “¡Pero si no me acabo lo que tengo en casa!”. Se trata de cortar de raíz y con argumentos cualquier insinuació­n de que va salido y está en riesgo de pecar. Hay otra variante, atribuida a Paul Newman, obligado por los rodajes a llevar una vida de Rodríguez: “No voy a comer hamburgues­as teniendo solomillo en casa”.

El sueño de todo casado es ser un Rodríguez a tiempo parcial, pero es muy importante aclarar a Donald Trump que no haga de Rodríguez cuando esté con Melania.

El mundo ignora la trascenden­cia del concepto Rodríguez, una marca que España debería patentar antes de que Donald Trump invite a sus amigotes a jugar al póquer los jueves por la noche en la Casa Blanca, The

Washington Post titule “At night, Trump goes Smith” y el mundo, regido por la globalizac­ión, crea que cuando un marido de Gelsenkirc­hen se queda de Rodríguez es un Smith.

Yo entiendo que los norteameri­canos ignoren lo que significa ser un Rodríguez. Son el único pueblo que sabe que el Estado sólo da lo que antes te ha quitado y creen en el matrimonio o el divorcio pero son incapaces de entender ese estado intermedio, pasajero y eufórico del Rodríguez.

Ya que España ha dado un nombre a Florida, a la guerrilla y al marido casado que se queda una temporada solo en casa, ¿acaso no deberían los Estados Unidos de América acuñar un apellido para la primera dama, que se queda en Nueva York sola y no sabemos si compuesta?

Y no vale –y ofende– llamarla Mrs. Robinson.

España debería exigir a Trump que cumpla y haga cumplir las normas del buen Rodríguez

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