Ni Groucho ni Karl: Lluís
Le imagino parafraseando el célebre “disculpe que no me levante” de Marx, precisando con una risilla “de Groucho, no de Karl”; diciéndonos que le pidamos a la alcaldesa que no le tenga en cuenta que no acudiera a recoger su Medalla de Honor. Que le hubiera encantado, pero que le habían liado; y cerrándolo por lo bajini con un “no iba a ser menos que Dylan”.
A Lluís le chiflaba mezclar anécdotas del día a día municipal con episodios históricos, de la ciudad o extramuros. Su repertorio de batallitas –léase batallitas con una admiración tal que casi debería llamarlas batallazas– no tenía fin. Tendría alguna –¡varias!– relacionada con este premio, seguro.
Compartimos calle, alfombra y trayectos de tren entre Barcelona y Sant Celoni durante años. Ahora agradezco a Renfe todas esas horas. Fueron, sin yo saberlo, un regalo.
A Lluís, que no salía nunca de casa sin su corbata y su sonrisa, le encantaba compartir sus conocimientos con todos, pero tenía una predilección por los jóvenes. Quizá por los novatos. Yo cumplía con ambas condiciones. Disfrutaba presentándonos a todo el mundo (a Lluís le saludaba el dirigente de turno –fuera del color que fuera, él vivió toda la paleta–, hasta el más antisistema de los antisistema).
Lluís era el contexto necesario para desenmarañar la actualidad y, sobre todo, la generosidad de compartirlo con los que más lo necesitábamos, ya fuéramos el último mono o el redactor de la competencia (yo cumplía otra vez con ambas condiciones). Lluís era ese más difícil todavía que es ser buen periodista y buena persona.