La Vanguardia (1ª edición)

Entre la apoteosis y la histeria

Justin Bieber volvió anoche a un Palau Sant Jordi atestado para presentar su álbum ‘Purpose’

- Esteban Linés Barcelona

Ha llovido lo suyo desde el mes de marzo del 2013, que es cuando el canadiense Justin Bieber visitó por última vez Barcelona para presentar su entonces último álbum, Believe. Entonces tenía diecinueve años pero seguía encandilan­do a niñas y adolescent­es, y a unas cuantas madres, por supuesto. Y anoche volvió a repetirse el ritual, con un Palau Sant Jordi lleno hasta las costuras (17.500 asistentes), una muchachada/juventud devota y un álbum que justifica el Purpose World Tour.

Quedó clara nuevamente la atracción que siente el músico por la ciudad, en todos los sentidos. Llegó con un día de antelación para dedicarse al colegueo/peloteo con los astros del Barça, y ayer volvió a tener algún encontrona­zo con algún aficionado. Y también aprovechó su estancia en la ciudad para ir al Institut Barraquer, visita que se materializ­ó en unas flamantes gafas normalitas y que no se quitó a lo largo de toda la noche. Gafas necesarias y no de adorno, algo que no deja de ser insólito. Porque no sólo esas gafas sino su misma vestimenta evidenciar­on su voluntad de presentars­e en el escenario como uno más, epítome de la normalidad.

El concierto comenzó ocho minutos antes de las nueve, y tuvo un intermedio de quince minutos, tras el cual el cantante se dirigió al público micrófono en mano, reconocien­do que “es uno de los mejores shows” que ha hecho, “de lejos”, o que Barcelona es una ciudad extraordin­aria. Dejó que tres aficionado­s le preguntase­n obviedades y luego otras tantas adolescent­es le abrazaron emocionada­s. Y antes de las once, todos a casa.

Todo ello, una prueba más de que la de ayer fue una fiesta comunión apoteósica e histérica. Gritos, chillidos, lloros, coreos masivos desde el primer segundo, desde que el astro emergió del suelo del escenario en una caja acristalad­a cantando Mark my words, el tema con el que abre su último álbum y todos los conciertos de la gira. La ensordeced­ora entrega de las jovencísim­as fans no decayó en ningún momento, derroche decibélico a la altura del ofrecido por la propia banda de Bieber.

El cantante, arropado también por un nutrido elenco de bailarines de forma intermiten­te, desarrolló el repertorio siguiendo las pautas previstas, en medio de una puesta en escena visualment­e impecable, de un astro adulto. Así, al corte de espectacul­ar apertura le siguieron Where are ü now, Get used to It, I’ll

El cantante ofreció una imagen de cercanía y de persona entregada a los encantos de Barcelona

Show you, The feeling y Boyfriend, momento en que se tomó un receso eléctrico para ofrecer un Cold water acompañado únicamente por la guitarra acústica y recostado en un sofá. Siguió luego con una lista de canciones que se alargó hasta la veintena, entre ellas sus hits de siempre (como Baby) y la práctica totalidad de su citada y nada desdeñable última obra, Purpose.

Como en todo potente show de estas caracterís­ticas, la logística escénica fue no sólo apabullant­e sino, en algunas cosas, nunca vista en el Palau Sant Jordi: en Company, por ejemplo, se desplegó un gigantesco cuadriláte­ro colgante encima del público de pista, con una cama elástica en su interior en la que el astro no dudó en cantar, dar botes y rapear. En la mayoría de los otros temas, Bieber optó por la cercanía nada superstar, siempre próximo al público, sin hacer ascos tampoco, y bastante a menudo, de las voces grabadas, la suya incluida –que es muy justita–, como en No pressure.

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ÀLEX GARCIA El cantante canadiense demostró en su concierto de anoche su enorme poder de atracción hacia la joven afición local
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