La Vanguardia (1ª edición)

Al fútbol, gratis

- Sergio Heredia

Raphael Nagel (46) y Verónica Cabrera (37) te llevan gratis a ver el fútbol. Es literal: Sólo tienes que decir que sí. Y la Fundación Nagel te ofrece una de las mil entradas que ha comprado al Espanyol este año.

–Qué feliz soy al ver las caras de felicidad en esos niños. Sé que no les voy a cambiar la vida. Que el espectácul­o sólo dura dos horas. Pero para mí es suficiente –me dice Nagel.

Sin embargo, hay algo que no entiende: cada vez que se reúne con el directivo de un modesto club de fútbol y le ofrece las entradas para los chavales, siempre le contestan lo mismo: “¿Por qué nos regalas algo a cambio de nada...?”.

–Hay algo en la cultura de este país que se me escapa.

Nagel es alemán. Fue banquero e hijo de banquero. Manfred, el padre, tuvo una vocación filantrópi­ca. Se empeñaba en echar un cable a los demás. Dedicó buena parte de la herencia en ayudar a la lucha contra las adicciones, la droga y el alcoholism­o entre los niños.

–Mi padre también fue un excelente futbolista. Jugó en la Bundesliga con el Stuttgart –añade Nagel.

Raphael Nagel no jugó al fútbol. Se declara un pésimo jugador. Lo que sí hizo fue entrar en el negocio de la banca. Viajaba mucho. Reestructu­raba empresas. Refinancia­ba deudas corporativ­as e institucio­nales. En el 2010 sufrió un infarto. Se vio en un hospital en Berlín, en una sala colapsada. Presenció la muerte del caballero trajeado de la camilla

“Todos me preguntan lo mismo: ‘¿Por qué me regalas algo a cambio de nada?’; no logro entender eso”

contigua. Se iluminó. Al salir de allí decidió ayudar al prójimo.

Raphael Nagel y Verónica Cabrera, su esposa, se mudaron a Barcelona y constituye­ron la Fundación Nagel. Decidieron asistir a familias en riesgo de exclusión. Organizarí­an talleres de educación financiera. Y si podían ofrecer algún alegrón, mejor.

Tuvieron la oportunida­d de adquirir un palco en el estadio del Espanyol. Ambos se asomaron a la grada y se vieron allí solos. Ocupaban dos butacas. Les sobraban diez. Pensaron: –¿Y si cambiamos el palco por mil entradas para los más necesitado­s...?

Repensaron la inversión. Renegociar­on con los pericos. Fácilmente, llegaron a un acuerdo.

Ahora la fundación va club por club, en áreas deprimidas, con alto nivel de paro y una amplia cuota de morosidad. Pregunta a los directivos: –¿Queréis ir al fútbol? Todos acaban diciendo que sí, aunque lo hacen algo confundido­s.

–¿En serio? ¿Es gratis? ¿Sin nada a cambio...? –insisten los invitados.

En este país nadie regala nada, le dicen a Nagel.

Y el hombre, que no hay manera. Que no lo entiende.

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