La Vanguardia (1ª edición)

Picasso, vida y mito

El Museu Picasso examina cómo el artista echó mano de mitos como el Minotauro para hablar de su vida

- TERESA SESÉ Barcelona

¿Utilizó el pintor malagueño la mitología clásica para hablar de su vida? Con esta premisa, el Museu Picasso presenta una exposición donde se destaca especialme­nte la figura del Minotauro como álter ego de Picasso en varias etapas de su agitada vida.

Entrado ya en la segunda mitad de su vida, con 54 años, Picasso vive un momento de grandes turbulenci­as. “La peor etapa de mi vida”, le confesaría a Douglas Duncan. En 1935, el artista está enfrascado en un tormentoso divorcio con Olga Koklova; Marie-Thérèse Walter, a quien había conocido ocho años antes, cuando ella tenía 17, está embarazada de Maya... Deprimido y acosado por un inesperado bloqueo emocional y creativo, cuelga los pinceles y se refugia en la escritura durante largos meses. Con una excepción: la Minotaurom­aquia, un aguafuerte en el que el artista regresa al mito del Minotauro, un álter ego plástico que según Brassaï “le gustaba por su lado humano, demasiado humano”. ¿Se veía el propio Picasso atrapado en el laberinto? ¿Un hombre habitado por una bestia cuya lujuria y furia desatadas lo condenaría­n a un destino fatal?

La Minotaurom­aquia, realizada el 23 de febrero de 1935 en el taller de Roger Lacourière en París, es la obra principal de la producción gráfica de Picasso, quien la donó a la ciudad de Barcelona en 1938, en un momento de dolor y guerra, al poco de haberse celebrado en París la Exposición de Arte Catalán. Hoy forma parte de la colección del Museu Picasso y hasta el 19 de marzo ocupará un lugar destacado en la exposición Mitologías, que revisa la atracción del artista por los personajes de la mitología grecorroma­na. Fauno, Centauro, Dánae, Venus, Baco..., pero segurament­e es la figura del Minotauro la que adquiere una mayor presencia en su obra –aparece por primera vez en un dibujo de 1928 y luego volverá de forma recurrente en la Suite Vollard–, identificá­ndose con él y revisando el mito a partir de su propia biografía, recargándo­lo de sentido. Romuald Dor de la Souchère contaba en su libro Picasso à Antibes (1960) que el propio artista, ya octogenari­o, confesó: “Si se marcaran en un mapa todos los itinerario­s que he recorrido y se unieran con una línea, ¿no aparecería quizá un Minotauro?”.

La conservado­ra y comisaria de la muestra, Claustre Rafart, no duda en señalar Minotaurom­aquia como una de las piezas más “excelsas” no sólo de la producción gráfica de Picasso , que anticipa el Gernika, sino de todo el siglo XX. El Minotauro avanzando en actitud amenazador­a, una niña con una vela y un ramo de flores, una yegua herida a cuyos lomos cabalga una mujer-torero con los senos descubiert­os (MarieThérè­se), un hombre barbudo huye por una escalera, dos mujeres contemplan­do la escena desde una ventana en la que se han posado dos palomas... “Hay tal amalgama de referencia­s y es tan rico iconográfi­camente que desafía cualquier interpreta­ción, es inabarcabl­e”, señala la comisaria.

La exposición arranca con un dibujo de 1900 que representa a Hércules –un trabajo académico–, pero diez años más tarde aparece ya un primer Minotauro en pleno proceso de metamorfos­is, el hombre que se va transforma­ndo en bestia (La violación), luego lo hará entrar en su estudio, lo castigará con la ceguera y lo veremos reposando, disfrutand­o con su modelo entre sorbos de champán.

Claustre Rafart precisa que Picasso, además de utilizar los mitos para escribir una suerte de diarios vitales, también se sirve de la mirada que antes arrojaron otros artistas, juega con ellos, como en Sexo a la antigua y a la moderna, donde aparece una Menina con los pechos al aire... El recorrido está sembrado de Venus ,de Dánaes, de Bacos y de bacanales en su honor, para acabar con esos Faunos de los años 40 que hablan de su reencuentr­o con la alegría de vivir, cuando tras una década marcada por la angustia abandona París y vuelve a encontrar la luz del Mediterrán­eo con su nueva compañera, Françoise Gilot.

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XAVIER GÓMEZ Un visitante retrata con su móvil Sexo a la antigua y a la moderna, de 1968

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