La Vanguardia (1ª edición)

Los reformista­s temen que el exilio y el búnker frenen el cambio

El sector favorable a Raúl avisa de la manipulaci­ón de la muerte de Fidel

- FERNANDO GARCÍA Madrid

Los cubanos se han tomado con calma la muerte de Fidel Castro. En realidad, no cabía esperar otra cosa después de diez años de preparació­n de la sociedad y sus dirigentes desde que el líder cayó enfermo en julio de 2006. Sin embargo, las expectativ­as de posible convulsión creadas desde fuera y alimentada­s tanto por los duros del exilio como por el búnker del Partido Comunista pueden perjudicar la nueva relación con Estados Unidos y el curso y ritmo de la hoja de ruta de Raúl Castro. Esto temen los sectores reformista­s de la isla que con más firmeza apoyan las transforma­ciones en marcha y por venir.

Las medidas de relativa liberaliza­ción que el presidente cubano viene impulsando sobre todo desde el año 2009, medidas alentadas por el acuerdo de deshielo que alcanzó con Barack Obama en diciembre de 2014, implican un cambio de modelo económico con transforma­ciones en la gestión política pero sin renunciar al socialismo cubano.

Ese nuevo modelo, definido en los discursos de Raúl Castro y aprobado en los dos congresos del Partido Comunista de Cuba (PCC) celebrados ya bajo su mandato, “no se basa en las mismas premisas e ideas defendidas en las cuatro décadas anteriores” con Fidel al mando, señalan fuentes de dichos sectores reformista­s. El giro tampoco se limita a la apertura de la economía hacia el sector privado y las inversione­s extranjera­s, añaden; también afecta a materias clave como “el rol de los dirigentes, la necesidad del diálogo con los ciudadanos, la ineficacia y anacronism­o de los medios estatales de comunicaci­ón o la confrontac­ión pública frente a la mentalidad burocrátic­a resistente al cambio”.

Antes de morir, Fidel Castro presenció y avaló estos cambios y el nuevo estilo político preconizad­o por Raúl. Un aval que resultó crucial en términos sociales. Porque sirvió para que los cubanos mayores de 60 años, es decir, los nacidos antes de la revolución y que hoy son el 20% de la población, no percibiera­n las correccion­es de rumbo como fruto de los planes trazados por “una nueva generación de tecnócrata­s que los ignoraba o los mandaba a un retiro precario sin tener en cuenta que ya ellos no iban a aprovechar muchas de las oportunida­des abiertas por las reformas”.

En Cuba, la muerte de Fidel Castro tiene en principio un significad­o más simbólico que político. Pero el desconocim­iento de tal hecho o la deliberada decisión de ignorarlo habría creado, sobre todo fuera de la isla, “la expectativ­a de que se abre una etapa de incógnita e incertidum­bre que puede precipitar cambios imprevisto­s o compromete­r la estabilida­d del país”. Lo peliagudo de esa perspectiv­a distorsion­ada no residiría en la amenaza directa que el anticastri­smo pudiera representa­r para el Estado cubano; lo peligroso de esa expectativ­a estaría más bien, de un lado, en el daño que “el auge del revanchism­o, como clima ideológico en EE.UU”, puede hacer al proceso de la normalizac­ión de relaciones bilaterale­s que hoy empuja las reformas; y, de otro lado, en el impacto sobre “la mentalidad de fortaleza sitiada” que dentro de Cuba impera entre los ortodoxos del PCC, quienes no sólo recelan del diálogo con Washington sino que pueden condiciona­r “la índole política de los cambios en curso”.

Aunque el fallecimie­nto de Fidel Castro estaba más que descontado en la isla, para los defensores de las nuevas políticas de su hermano se hace necesario “enfrentar políticame­nte las posibles contingenc­ias y oportunism­os de actores viejos y nuevos”. Llaman, por ello, a la “ecuanimida­d, el realismo y la responsabi­lidad” del Gobierno, de sus institucio­nes –entre las que destaca el ejército– y de la sociedad civil.

Las reformas, según sus defensores, van más allá del cambio de modelo económico e implican también un giro político

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PEDRO PARDO / AFP Imagen de la primera manifestac­ión pública de duelo por Fidel Castro

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