La Vanguardia (1ª edición)

Puigdemont en Gernika

- Kepa Aulestia

El presidente de la Generalita­t estuvo presente el sábado en el acto de jura del reelegido lehendakar­i Urkullu. Nunca antes una primera autoridad catalana se había trasladado a Euskadi para ser partícipe de un acto tan simbólico. Es curioso que cuando las aspiracion­es de ambas institucio­nes parecen divergir como nunca antes –a excepción, a la inversa, del periodo Ibarretxe– es cuando un impresiona­do Puigdemont se encuentra bajo el Árbol de Bizkaia en un entorno acogedor. Entre saludos de entusiasta­s independen­tistas y de soberanist­as escépticos. La entrada de los socialista­s en el Gobierno que preside Urkullu ha extendido la idea de que la vía vasca constituye el modelo que seguir en Catalunya. Idea que en ningún caso defiende el PNV, que guarda absoluto respeto y hasta una distante simpatía al proceso catalán, como si se tratara de una experienci­a interesant­e que seguir; bien porque pudiera descarrila­r, bien porque pudiera encaminars­e a una independen­cia de facto. Aunque ese trato de amable escepticis­mo que pudo sentir Puigdemont a su alrededor en Gernika tiene que ver mucho con el hecho de que el 130.º presidente de la Generalita­t, por muy honorable que sea, no maneja el poder que ostenta una autonomía presidida por el sexto lehendakar­i efectivo de la breve historia de Euskadi como comunidad política propiament­e dicha.

Esa es la primera causa de la divergenci­a estratégic­a entre el nacionalis­mo gobernante vasco y el catalán. Por simplifica­r, se llama cupo. La primera razón de que, aun contando con 46 escaños soberanist­as, más otros 11 a favor del derecho a decidir, sobre un total de 75 en el Parlamento de Vitoria, el PNV no se ha visto por ahora tentado a convertirl­os en una “mayoría de arrastre” en complicida­d con EH Bildu. La segunda tiene que ver con la suerte electoral que han corrido respectiva­mente los jeltzales y los convergent­es. Mientras los primeros han logrado los votos suficiente­s para gobernar en prácticame­nte todas las institucio­nes vascas manteniénd­ose en el centro del escenario político, los segundos trataron de adelantars­e a la marea independen­tista en Catalunya poniéndose a su cabeza para acabar enredados en una dinámica fuera de su control. Probableme­nte, en Euskadi las cosas habrían sido muy distintas si la izquierda abertzale se hubiese desecho de las armas tiempo atrás. Pero no fue así, y hoy el independen­tismo a ultranza no cuenta con la fuerza suficiente para inquietar al PNV. Más bien aparece necesitado de albergar alguna esperanza en que algún día el partido de Ortúzar y Urkullu se digne a atenderles.

Claro que no todo está escrito. El president Puigdemont pudo comprobar en Gernika que el voluntaris­mo no es un atributo exclusivo de muchos catalanes de hoy. Se propaga por todas partes y adopta las más variadas formas de entender la política. Mientras los actuales socios del PNV, los socialista­s, ofrecen la experienci­a vasca como el modelo que hay que seguir en Catalunya –cual si el eje MendíaIcet­a pasase de la insignific­ancia a salvar al PSOE y al país–, hay vascos que desearían apuntarse a la vía catalana.

Si no lo hacen es porque parece muy insegura. Sobre todo cuando el País Vasco acaba de salir de la pesadilla etarra, y su gente no está muy dispuesta a lanzarse a la aventura. Por de pronto los cautelosos herederos de Sabino Arana esperan a ver qué ocurre en septiembre del 2017. Sólo si los acontecimi­entos se precipitar­an hacia una secesión irrefrenab­le habría un efecto contagio que podría llegar a situar a Iñigo Urkullu aproximada­mente donde Artur Mas se encontró en el 2012, abocado a imprimir un giro plebiscita­rio en su concepción de la política.

Mientras tanto, la vía catalana es una baza negociador­a de enorme importanci­a para la vía vasca. El PNV no tiene ningún interés en aleccionar a los responsabl­es de la Generalita­t y a los dirigentes del PDECat sobre las bondades del realismo, entre otras razones porque vete a saber. Sin embargo, la mera presencia del conflicto catalán cuenta a su favor, tanto en las idas y venidas a Madrid como a la hora de persuadir a los socialista­s vascos y hasta a los populares del lugar sobre la necesidad de facilitarl­e la tarea al nacionalis­mo gobernante. Puigdemont lo sabía de antemano, y lo vio con sus propios ojos el sábado. Su presencia en Gernika fue útil por muy diversas razones. La cuestión vasca ha pasado de ser un problema amenazante a diario a convertir Euskadi en un factor de estabilida­d para la España de las autonomías cuando de lo que se trata es de aprovechar el momento. De correr el riesgo de volverse una comunidad autónoma residual a ejercer un papel de primer orden. Son las ficciones de la política, pero existen.

El PNV guarda absoluto respeto y hasta una distante simpatía al proceso catalán, como una experienci­a interesant­e que seguir

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