La Vanguardia (1ª edición)

Deberíamos reflexiona­r

- Miquel Roca Junyent

Sería bueno que la muerte de Rita Barberá facilitara una cierta reflexión sobre las circunstan­cias que la rodean. Más de uno tendría que pedirse si las simpatías o antipatías políticas justifican el trato que, en vida, se le dio. ¿Nadie tiene un poco de mala conciencia? ¿Alguien tiene secretos remordimie­ntos?

En todo caso, alguna reflexión colectiva sí se debería hacer. En este país, la presunción de inocencia no existe. La justicia lo tiene muy complicado; por un lado, debe investigar sobre todos los hechos que podrían esconder o insinuar un comportami­ento delictivo, pero a la vez saben –jueces y magistrado­s– que la opinión pública no esperará al resultado de su investigac­ión para condenar de inmediato al sujeto investigad­o. ¡Qué pocos han sido los medios que han reconocido a Rita Barberá la condición de simple investigad­a, para adjudicarl­e la más contundent­e y gravísima de corrupta! ¡No se la había juzgado y ya la habían condenado!

Esto dificulta la acción de la justicia, pero además convierte a la opinión pública en un tribunal sin defensa. La presunción, ahora, es de culpabilid­ad, no de inocencia, y una lucha que costó siglos de ganar como reacción ante la actitud inquisitor­ial se está esfumando por momentos. Mala noticia esta. Cuando los inquisidor­es derrotan las exigencias del Estado de derecho, la libertad se resiente, la democracia padece y el progreso se debilita.

Segurament­e, para muchos, es más divertido condenar que respetar. Segurament­e, en muchos aflora una pasión de sustituir a los jueces en su función. Y hacerlo en términos de exclusión social, de persecució­n. Y para ser coherentes, no aceptan ni la duda ni el error; condenar está de moda. No hay que esperar a que la justicia decida.

Sería interesant­e –a título de reflexión– pedir a la gente los motivos por los que Rita Barberá estaba siendo investigad­a. Segurament­e, sorprender­ía saber que una gran mayoría no lo sabe; pero que, a la vez, no tenía duda sobre su culpabilid­ad. La discrepanc­ia política lo justifica todo; incluso la condena por no se sabe qué.

¿Esta tendencia se puede cambiar? Será difícil, porque deberíamos hacerlo entre todos. Pero, de no hacerlo, habrá que aceptar que cada día se está más indefenso. Y no será divertido; especialme­nte cuando el afectado sea uno mismo. Se encontrará muy solo. Hay que reflexiona­r.

Una gran mayoría no sabe por qué se investigab­a a Rita Barberá pero la creía culpable

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