El dulce sueño de Ahmad
Un joven sirio que recorrió nueve países en 45 días, huyendo de la guerra que desangra su país, abre una pastelería en Girona
El olor a frutos secos tostados bañados en miel y a dulces recién sacados del horno inunda el olfato de quien cruza el dintel del número 12 de la calle Ballesteries de Girona. En pleno centro histórico, el joven sirio Ahmad Basal prepara en el obrador las últimas bandejas del día de baklavas, uno de los dulces más característicos de la cocina otomana elaborados con pasta filo, pistachos y miel.
Ahmad es originario de Alepo, la segunda ciudad más importante de Siria, tras la capital, Damasco, que día tras día aparece en los informativos de todo el mundo, víctima de los bombardeos. “Antes la región de Alepo era famosa por el cultivo de pistachos. Ahora los exportamos de Turquía e Irán. No hay otro remedio”, explica este joven de 26 años que aprendió de su padre el oficio de pastelero con sólo 12.
Un trabajo del que vive ahora en Girona, donde hace cuatro meses y medio abrió la pastelería Palmira, un pequeño local repleto de referencias a su país en guerra. No sólo el nombre del negocio y los dulces le transportan a su añorada Siria, sino también las fotos que cuelgan de las paredes con algunos de los principales reclamos turísticos como el castillo de Alepo, la mezquita de Damasco, Palmira o las norias de Hama. A Ahmad la guerra lo separó de su familia y le truncó sus planes de estudio cuando cursaba primero de Derecho en la ciudad costera de Latakia. Su travesía hasta llegar a Europa arrancó en diciembre de 2014, cuando cruzó la frontera turca. A principios de septiembre del año siguiente, tras recorrer nueve países en apenas 45 días, llegaba de madrugada a la estación de autobuses de Girona, donde le esperaba su compatriota y actual socio en la pastelería Rafaat Sarajeddin.
Sarajeddin es miembro de la Associació Solidària amb el Poble Sirià y coincidió con el joven en Turquía, donde esta oenegé repartía material de primera necesidad. Ahmad salió de Turquía como miles de refugiados sirios, a bordo de una patera previo pago a las mafias y sin más equipaje que la ropa que llevaba puesta. Su primer destino: la isla griega de Samos. “Me costó varios intentos. Pagué 1.100 euros por un viaje de tres horas; iba con otras 50 personas en una barca de goma, la mayoría familias con niños”.
Tras Samos se fue a Atenas, y luego a Macedonia, donde el Gobierno había cerrado la frontera. “Recuerdo caminar de noche por los bosques siguiendo las vías del tren, pero no tuve miedo. En mi país vi cosas peores, quedarse allí era mucho peor que emprender el periplo”, asegura. De Macedonia a Serbia y luego Hungría, Austria, Alemania y Francia hasta llegar a Girona. “Me marché con 2.500 euros y sólo me quedaban 10 en el bolsillo cuando bajé del autobús”. No descarta volver algún día a su país. “El conflicto no va a durar cien años. Volveré”, afirma, aunque lamenta la poca implicación de las grandes potencias a la hora de ponerle fin. “Aunque acogen a los refugiados, parece que con el conflicto han cerrado los ojos”.
Mientras espera la llegada de tiempos mejores, Ahmad se dedica a lo que le gusta, dar forma a las recetas que aprendió de su padre, ahora ya jubilado, y al que la guerra que desangra su país obligó a emigrar a Arabia Saudí con sus otros hijos. Su madre y otra hermana residen en Líbano. Ahmad vive el presente, feliz por haber cumplido el sueño de montar una pastelería aunque sea a 4.000 kilómetros de su tierra natal.
“El conflicto no va a durar cien años; volveré a mi país algún día”, explica Ahmad desde su negocio