Resignarse o resistir
Cuando dos personas amigas o conocidas se encuentran en la calle y se saludan, lo más habitual es que una de ellas pregunte a la otra: “¿Qué, cómo vamos?”, o “¿cómo va todo?”. Hasta hace unos años, las respuestas más corrientes eran “Bien, gracias a Dios” (aunque las cosas no fueran demasiado bien), o “vamos tirando” (con un tono de resignación). Pero hay otras variantes: un amigo mío acostumbra a responder con una fórmula irónica inventada –según él– por Josep Pla: “Bien, sin entrar en detalles”. Ante la interpelación “¿Cómo va todo?”, un colega del bar suele contestar: “No sé, el universo es muy grande y no lo abarco todo”.
Coincidiendo con la crisis, últimamente he observado un cambio en la orientación filosófica de la respuesta por parte de mucha gente. La fórmula rutinaria “ir tirando” (equivalente a trampear la situación o subsistir sin tropiezos destacables, pero sin progresar) ha quedado postergada con la irrupción de una expresión contundente e indicativa del estado anímico de muchas personas: “¡Vamos resistiendo!”.
Si la resistencia física es la capacidad del organismo que permite mantener un esfuerzo físico constante durante un tiempo prolongado y retrasar el cansancio, en el contexto de los tiempos que corren, resistir significa plantar cara a la adversidad y creer que hay posibilidades de salir del agujero negro. En cierta manera, esta actitud de aguantar con firmeza los embates de la vida está emparentada con el concepto de “resistencia” asociado a la valiente oposición de aquellos que se enfrentaron al nazismo o al fascismo.
Cinco meses antes del estallido de la II Guerra Mundial, cuando el ejército constitucional español estaba a punto de perder la Guerra Civil, Juan Negrín, el último presidente de la II República Española, pronunció la famosa frase “Resistir es vencer”, refiriéndose a la necesidad de esperar a la internacionalización del conflicto para evitar una dolorosa derrota.
La Resistencia francesa luchó contra el Gobierno de Vichy durante la ocupación nazi, saboteando puentes y líneas de ferrocarriles, organizando evasiones de prisioneros y enfrentándose a la Gestapo, en contacto con las Fuerzas Francesas Libres lideradas en el exterior por el general De Gaulle. En la Alemania nazi también hubo una resistencia a Hitler formada por grupos civiles y militares, nobles, religiosos e intelectuales. Sin olvidar a la resistencia española al fascismo, la resistencia judía, las unidades irregulares armenias, los partisanos de Italia, Yugoslavia, Polonia, Grecia, Albania, la Unión Soviética, Ucrania... O los maquis de nuestra posguerra. A pesar de la muerte de millones de personas, la Gran Guerra la ganaron los ejércitos aliados, con el apoyo de las diferentes “resistencias”. Una parábola aplicable a la vida cotidiana: mejor resistir que resignarse.
Los ejércitos aliados, con el apoyo de la Resistencia, acabaron ganando al nazismo