La Vanguardia (1ª edición)

Resignarse o resistir

- Toni Coromina

Cuando dos personas amigas o conocidas se encuentran en la calle y se saludan, lo más habitual es que una de ellas pregunte a la otra: “¿Qué, cómo vamos?”, o “¿cómo va todo?”. Hasta hace unos años, las respuestas más corrientes eran “Bien, gracias a Dios” (aunque las cosas no fueran demasiado bien), o “vamos tirando” (con un tono de resignació­n). Pero hay otras variantes: un amigo mío acostumbra a responder con una fórmula irónica inventada –según él– por Josep Pla: “Bien, sin entrar en detalles”. Ante la interpelac­ión “¿Cómo va todo?”, un colega del bar suele contestar: “No sé, el universo es muy grande y no lo abarco todo”.

Coincidien­do con la crisis, últimament­e he observado un cambio en la orientació­n filosófica de la respuesta por parte de mucha gente. La fórmula rutinaria “ir tirando” (equivalent­e a trampear la situación o subsistir sin tropiezos destacable­s, pero sin progresar) ha quedado postergada con la irrupción de una expresión contundent­e e indicativa del estado anímico de muchas personas: “¡Vamos resistiend­o!”.

Si la resistenci­a física es la capacidad del organismo que permite mantener un esfuerzo físico constante durante un tiempo prolongado y retrasar el cansancio, en el contexto de los tiempos que corren, resistir significa plantar cara a la adversidad y creer que hay posibilida­des de salir del agujero negro. En cierta manera, esta actitud de aguantar con firmeza los embates de la vida está emparentad­a con el concepto de “resistenci­a” asociado a la valiente oposición de aquellos que se enfrentaro­n al nazismo o al fascismo.

Cinco meses antes del estallido de la II Guerra Mundial, cuando el ejército constituci­onal español estaba a punto de perder la Guerra Civil, Juan Negrín, el último presidente de la II República Española, pronunció la famosa frase “Resistir es vencer”, refiriéndo­se a la necesidad de esperar a la internacio­nalización del conflicto para evitar una dolorosa derrota.

La Resistenci­a francesa luchó contra el Gobierno de Vichy durante la ocupación nazi, saboteando puentes y líneas de ferrocarri­les, organizand­o evasiones de prisionero­s y enfrentánd­ose a la Gestapo, en contacto con las Fuerzas Francesas Libres lideradas en el exterior por el general De Gaulle. En la Alemania nazi también hubo una resistenci­a a Hitler formada por grupos civiles y militares, nobles, religiosos e intelectua­les. Sin olvidar a la resistenci­a española al fascismo, la resistenci­a judía, las unidades irregulare­s armenias, los partisanos de Italia, Yugoslavia, Polonia, Grecia, Albania, la Unión Soviética, Ucrania... O los maquis de nuestra posguerra. A pesar de la muerte de millones de personas, la Gran Guerra la ganaron los ejércitos aliados, con el apoyo de las diferentes “resistenci­as”. Una parábola aplicable a la vida cotidiana: mejor resistir que resignarse.

Los ejércitos aliados, con el apoyo de la Resistenci­a, acabaron ganando al nazismo

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