El campo de batalla
Se dice que Napoleón afirmaba que nunca habría sido derrotado si siempre hubiera podido elegir el campo de batalla. Pero quien en realidad dominaba este arte no era Napoleón, sino sir Arthur Wellesley, el duque de Wellington, que siempre llevaba a los ejércitos enemigos a combatir donde le interesaba. Como hizo Donald Trump en las primarias republicanas y en las presidenciales de EE.UU. O como acaba de hacer François Fillon en las primarias de la derecha francesa. Los terrenos escogidos en ambos casos presentan características comunes. Tanto el uno como el otro han convertido la identidad en peligro de desvanecerse de la nación en el tema que debatir. Tanto el uno como el otro han planteado este debate como una versión actualizada del viejo debate que Willmoore Kendall puso sobre la mesa a principios de los sesenta: ¿hasta qué punto una sociedad puede ser abierta sin poner en peligro su supervivencia? Este y ningún otro es, de hecho, a pesar de las apariencias, el tema del libro que Fillon publicó estratégicamente hace un par de meses: Vaincre le totalitarisme islamique (Ganar al totalitarismo islámico, Albin Michel). El libro lo encabeza una cita de ¿Qué es una nación? de Renan y empieza con este diagnóstico: “La Francia que amamos está amenazada. (...) Francia está amenazada en su forma de vida, en su libertad de expresión, en aquello que constituye el corazón de su civilización y los resortes de su historia”.
Willmoore Kendall planteó su pregunta en un artículo titulado La sociedad abierta y sus falacias, un texto en que polemizaba con John Stuart Mill y, como puede adivinarse por el título, con Karl Popper, el autor de La sociedad abierta y sus enemigos.
Lo escribió para cuestionar el modelo liberal de sociedad defendido por Mill y Popper, que caracterizaba como una especie de club de discusión permanente, sin una ortodoxia pública en cuanto a los valores, en que las libertades de pensamiento y de expresión serían los bienes supremos. Kendall, que fue un destacado defensor de la caza de brujas de McCarthy, manifestaba un gran interés en mostrar que en este modelo no había lugar para la doctrina célebre “del peligro claro y presente” tal como entonces se había aplicado a la amenaza comunista y a los enemigos de la libertad que presuntamente se aprovechaban de las libertades civiles para minarlas y destruirlas. Medio siglo después, con el “totalitarismo islámico” interpretando el mismo papel de catalizador antiliberal que entonces interpretaba el “totalitarismo comunista”, la doctrina “del peligro claro y presente” parece imponerse de nuevo como estructura mental que configura la manera como se ve el mundo cuando se lo mira desde la derecha. Parece claro que la pregunta sobre hasta qué punto una sociedad puede llegar a abrirse sin disiparse no coincide con la pregunta sobre cuál es la mejor manera de enfrentarse al totalitarismo. Pero esto no impide que el lugar donde se encuentra el rechazo verbal del totalitarismo con el malestar íntimo ante la sociedad abierta pueda llegar a ser un campo de batalla con grandes ventajas estratégicas.
El debate de la derecha dice: ¿hasta qué punto una sociedad puede ser abierta sin poner en peligro su supervivencia?