Europa se enfrenta a un nuevo examen de las urnas en Italia y Austria
El referéndum italiano puede relanzar a Renzi o abrir una grave crisis
Europa vuelve a estar hoy pendiente de las urnas. El referéndum sobre la reforma constitucional italiana es un plebiscito sobre Renzi, mientras Austria decide si elige a un presidente de ultraderecha.
El referéndum italiano de hoy sobre la reforma constitucional ha quedado distorsionado, por la fuerza de los hechos, y se ha convertido, mal que le pese a su protagonista, en un plebiscito sobre Matteo Renzi. Si gana el sí, el joven primer ministro se afianzará como uno de los líderes europeos con mayor autoridad. Si se impone el no, Renzi probablemente tendrá que presentar la dimisión y se abrirá una crisis de Gobierno,
La consulta popular se ha convocado para ratificar o rechazar la modificación de 45 artículos de la actual Constitución, vigente desde 1948. Los dos cambios fundamentales tienen que ver con los poderes de las dos cámaras del Parlamento y con el reparto de competencias entre las regiones y el Estado central. El objetivo de quienes promueven la reforma es hacer de Italia un país más fácil de gobernar que hasta ahora, más estable y con procesos de decisión más rápidos y eficientes.
El Senado se reducirá de los 315 miembros actuales a sólo 100. Ya no será elegido directamente por el pueblo. Lo compondrán 74 miembros de los consejos regionales y los alcaldes de las 21 principales ciudades, además de 5 senadores por designación presidencial. El cambio principal sobre la presente situación es que el Senado ya no otorgará –o retirará– la confianza al primer ministro y tampoco votará los presupuestos. Tales atribuciones se las reserva en exclusiva la Cámara de Diputados. Con ello quiere evitarse situaciones de ingobernabilidad como la que hubo tras las últimas elecciones generales, en febrero del 2013, cuando se dieron mayorías de distinto color político en las dos cámaras. Concentrando los poderes en una cámara se pretende agilizar la tramitación de las leyes.
El otro elemento sustancial de la reforma constitucional afecta a su título V, el que regula el reparto de competencias. Supone una marcha atrás sobre la reforma federalista del 2001. El Gobierno central recupera el control final en muchas competencias y se incluye una “cláusula de supremacía” para que quede claro que tiene la última palabra cuando son asuntos de infraestructura o de servicios de interés nacional. Este afán recentralizador no afectará, de momento, a las cinco regiones italianas que cuentan con un estatuto especial –Sicilia, Cerdeña, Valle de Aosta, Friuli-Venecia-Julia y TrentinoAlto Adigio–, pero sí cercenará la autonomía de las 15 restantes, entre las que hay regiones tan potentes y con tanta personalidad como Lombardía, Véneto y Piamonte.
Renzi y los impulsores de la reforma la han presentado como una transformación modernizadora, como un paso para sacar a Italia del estancamiento. Han hecho hincapié en que se abaratará el costo de la clase política. Además de reducirse el número de senadores, los futuros miembros de la cámara alta, dado que compatibilizarán esa función con sus cargos en las regiones y en las ciudades, no tendrán un salario extra. Se ahorrará también en grupos parlamentarios. La reforma incluye la eliminación del Consejo Nacional de Economía y Trabajo, un organismo burocrático que cuesta cada año mucho dinero a los contribuyentes y no ha servido apenas para nada.
Los partidarios del no creen que la parte parlamentaria de la reforma, sumada a la nueva ley electoral, es un peligro para la democracia porque concede demasiados poderes al partido que gane las elecciones, sin otras instancias de equilibrio y garantía. Se evoca el peligro del caudillismo.
Los partidarios de la reforma creen que se gobernará mejor; los contrarios temen una erosión democrática
Más allá de la disputa sobre el modelo constitucional, es evidente que en el variopinto frente del no existe el interés, por parte de varios de los actores, de derribar a Renzi, debilitar al Partido Demócrata (PD) y forzar elecciones. Es el caso del Movimiento 5 Estrellas (M5E), de Beppe Grillo, el cual, tras haber conquistado las alcaldías de Roma y Turín en junio pasado, se ve capaz de vencer en unas elecciones generales. Con Forza Italia, de Silvio Berlusconi, el cálculo es más ambiguo, pues no está nada claro que le convenga ir a comicios. La Liga Norte, capitaneada por Matteo Salvini –amigo de Marine Le Pen y admirador de Donald Trump–, quiere capitalizar el triunfo del no como un aval a su programa populista, antiinmigración y antieuro, aunque esa sea una lectura muy parcial del eventual rechazo ciudadano a las reformas.
Renzi ha cometido el error de personalizar demasiado el referéndum. Ha tendido su propia trampa y ha aparecido como un líder demasiado solitario. El diario turinés La Stampa lo captaba muy bien en su portada, ayer, al hablar de “asedio a Renzi” y de “Renzi contra todos”.
El primer ministro ha tratado de esgrimir el factor miedo, el temor a que la victoria del no arrastre al país a un periodo de inestabilidad que lo deje más débil ante Bruselas y más vulnerable ante los mercados financieros. De hecho, medios internacionales como el Financial Times han especulado con un agravamiento de la crisis bancaria italiana, en especial de la entidad en situación más crítica y en trámite de rescate, el Monte dei Paschi di Siena. La prima de riesgo italiana también ha registrado un repunte ante la incertidumbre política.
Si vence el no, el premier tendrá que ir al Quirinal y poner su puesto a disposición del presidente de la República, Sergio Mattarella, quien, en estos casos, es un personaje clave para buscar una salida que permita un gobierno. El jefe del Estado, tras consultar a los partidos, podría volver a encargar a Renzi formar gobierno. Sería un primer ministro debilitado, transitorio, para aprobar los presupuestos, tratar de enmendar la ley electoral –pues sin reforma constitucional quedaría obsoleta– e ir después a elecciones. Otra alternativa sería escoger a alguien que tuviera el apoyo de la actual mayoría para hacer lo mismo, pero sin el lastre de Renzi. El ministro de Economía, Pier Carlo Padoan, con perfil técnico, podría ser el recambio. Ello no evitaría, empero, un ambiente de turbulencia, preelectoral, la frustración de una parte del país y muchas incógnitas a medio plazo sobre el futuro de Italia.