Los libros como pista
No resulta tranquilizador que el secretario de Defensa de Estados Unidos elegido por Donald Trump sea un tipo al que llaman (y acepta con agrado) Mad Dog, es decir, Perro Loco. James Mattis ha sido general de los marines y los expertos aseguran que su personalidad es más compleja de lo que han dejado entender algunas biografías apresuradas. En cualquier caso, su colección de frases terribles no tiene fin, empezando por “hay unos cuantos gilipollas en el mundo que necesitan que les peguen un tiro” y acabando por “sólo hay un plan de jubilación para los terroristas”. Pero no es menos cierto que rectificó a Trump cuando este ensalzó la tortura, hasta el punto de que le espetó que eso no funciona y que es mejor unos cigarrillos y unas cervezas para sacar información a los presos porque permiten conectar emocionalmente con ellos. Otro elemento para una comedida esperanza es que Mattis sea un apasionado lector de libros, capaz de analizar la guerra de Irak con la campaña de Partía de Alejandro Magno, según leo. En eso también difiere de Trump, que asegura que no tiene tiempo para lecturas, sin atender al consejo de John Kennedy, quien explicó siendo presidente que, si no disponía de tiempo, intentaba encontrarlo: “Amar la lectura es transformar las horas de tedio en deliciosa compañía”. Umberto Eco, en Nadie acabará con los libros, decía que el ser humano es una criatura extraordinaria, capaz de descubrir el fuego, edificar ciudades, escribir poesías o inventar la mitología pero al mismo tiempo no ha dejado de hacer la guerra, de engañarse o destruir el ambiente: “La suma algebraica entre vigor intelectual e idiotez da un resultado casi nulo”. Y añadía que los libros traducen necesariamente este honor y vergüenza. En los libros está todo y que Mattis lea es bueno, pero habría saber qué lee para llegar a conclusiones. Por eso Unamuno advertía que no vale todo y que, cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee.