Los temas del día
El futuro de Cuba después de la muerte de Fidel Castro, y la celebración del 40.º aniversario del Teatre Lliure.
CUBA se dispone a cerrar los actos de homenaje a Fidel Castro tras el largo adiós de su pueblo, desde La Habana a Santiago. Ya no se trata de seguir discutiendo sobre si fue o no un dictador o si fue un dictador malo o bueno para su pueblo. Por primera vez en 60 años, Cuba afronta el porvenir sin depender de un líder carismático pero intrusivo, capaz, con los años, de dar opinión e imponer sus ideas sobre cualquier aspecto de la vida de los cubanos. ¿Orfandad o emancipación?
Por esta o aquella razón, la vida de los cubanos está muy por debajo del potencial de la isla, que ya antes de la revolución disponía de unos niveles de desarrollo muy superiores a los de sus vecinos. Cuba nunca fue Haití, país azotado por las desgracias, y gozaba de una renta per cápita que duplicaba la de España en 1959. Hoy tiene por delante dos transiciones, a cual más importante: la reforma de la economía y la apertura del régimen comunista, que no debería actuar como si el castrismo tuviese porvenir después de la muerte de Fidel y más si tenemos en cuenta que su sucesor, Raúl Castro, tiene 85 años de edad. La generación revolucionaria dispuso de una suerte de legitimidad histórica que ya no pueden arrogarse sus sucesores, criados en un país burocrático y arbitrario cuya economía no funciona ni funcionará si se mantiene en sus trece.
La apertura económica de Cuba tiene singularidades. Hay centenares de miles de cubanos en el exterior, exiliados o emigrantes, muchos de ellos en los cercanos Estados Unidos. Si dejamos de lado el contencioso de las reclamaciones judiciales –fueron muchos los expropiados en los inicios del castrismo–, este contingente es una reserva valiosa para el tránsito del comunismo a un sistema libre que permita a los cubanos de la isla desarrollar su talento, creatividad y potencial. Un pueblo que ha sabido sortear los graves errores económicos de sus dirigentes, la hostilidad comercial de EE.UU. –lejos de constituir un “bloqueo”, como interesadamente proclama el régimen y sus amigos– y el fin de las ayudas de la URSS es un pueblo con la imaginación suficiente para sacar adelante la economía y mejorar sustancialmente las condiciones de vida actuales. Cuba tiene grandes profesionales de la salud pero sus hospitales son indignos, de la misma forma que todos los cubanos saben leer y escribir pero se les ha prohibido pensar (o, simplemente, acceder a la obra de la mayoría de autores presentes en nuestras librerías). A diferencia de estados comunistas como Rusia –donde nunca habían conocido el capitalismo–, Cuba nunca ha dejado de comprender el libre mercado, con todos sus defectos y ventajas.
La transición política se presenta muy incierta, con el factor adicional de un nuevo presidente de Estados Unidos, cuyos exabruptos y ultimátums a Cuba pueden, paradójicamente, reforzar a los sectores más reaccionarios de La Habana. Este panorama abre una oportunidad para España y la UE, en condiciones óptimas para encauzar la transición por el bien del pueblo cubano (sin olvidar la diplomacia vaticana). España y Cuba han superado el desencuentro de la era Aznar y antes de fin de año la Unión Europea tiene previsto firmar un acuerdo que entierra la Posición Común, aprobada por Bruselas a instancia del entonces presidente español. Aquella firmeza no propició ni grandes reformas ni debilitó al régimen. Sin olvidar, que Cuba será lo que quieran los cubanos. Los que viven en la isla o fuera de ella.